Danny Biasone nació en la pequeña localidad de Miglianico, Italia, en 1909. Situado en las estribaciones de los Montes Apeninos, este pequeño pueblo es conocido por la excelente calidad de su aceite de oliva y sus exquisitos vinos. Sendos placeres de los que fue privado el pequeño Danny. Las miserias provocadas por la Primera Guerra Mundial empujaron a la familia Biasone a tomar un barco con destino a Nueva York, donde el padre se había asentado en 1913, antes de que estallara el conflicto bélico.
Ya en suelo estadounidense, un brote de gripe en mitad de una pandemia que sesgó unas cincuenta millones de vidas, les obligó a esperar unos días recluidos en pleno puerto de Ellis Island, a la espera de una resolución por parte de las autoridades y con el temor a ser enviados de regreso a Europa. Suplido el incidente sanitario, Leo se reunió junto a su mujer y sus dos hijos y todos viajaron rumbo a Syracuse, donde había encontrado un empleo como operario de tranvía.
En su nuevo hogar halló la tranquilidad que le fue imposible encontrar en el país transalpino y, poco a poco, fue labrándose su propio camino. Curiosamente, el baloncesto nunca fue su pasión y en el instituto lo desterró por completo para convertirse en uno de los mejores quaterbacks del estado. Sea como fuere, Biasone decidió aparcar el deporte tras completar su formación para dedicarse íntegramente al mundo empresarial. Tras un baile de empleos e iniciativas, Danny halló su hogar en una exitosa bolera que regentaría durante toda su vida.
También se cruzaría en su camino con Lester Harrison, propietario de los Rochester Royals. El equipo al que actualmente conocemos como Sacramento Kings se fundó en 1923, pero no sería hasta 1945 cuando lograría el status de ‘profesional’ y se uniría a la NBL. La trayectoria y personalidad de Lester difería completamente con el de Danny: había brillado como jugador de baloncesto, como entrenador y como empresario. Además, nunca le faltó dinero. Junto a su hermano reunió los 25.000 dólares necesarios para confeccionar el equipo y registrarlo en la NBL. También recibió un fuerte impulso por parte de Seagram, una destilería de whisky. Además, la leyenda urbana de la época sugiere que era arrogante y presuntuoso. Ambas personalidades no tardaron en colisionar.
En 1945, Biasone contactó con Lester con la intención de albergar un partido de los Royals en Syracuse con el propósito de dar mayor vida a la ciudad. Y, por qué no, aprovechar el acontecimiento para atraer nuevos clientes a su bolera. Aunque la información no ha podido ser contrastada con exactitud, varios periodistas sugieren que la respuesta del propietario de Rochester rebosó desprecio a raudales. Sea como fuere, aquel episodio marcó tanto a Biasone que, apenas un año más tarde, había fundado los Syracuse Nationals tras enviar un cheque por valor de 5.000 dólares a la sede de la NBL en Chicago. “Era amigo del más débil y siempre estaba enfadado con las ciudades más grandes”, declararía décadas después Dolph Schayes. Y Biasone quería ver a sus campechanos Nationals triunfar entre los gigantes.
La primera temporada fue, sin embargo, muy amarga. No porque los Nats debutaran en la competición con un registro negativo (21-23), sino por la derrota en primera ronda de playoffs ante los Royals del cada vez más odiado Harrison. Por si fuera poco, este le invitó ‘amablemente’ a retirar su equipo de la NBL tras consumarse la eliminación. Biasone no solo no retrocedió sino que presionó lo suficiente para que los Nationals formaran parte de la primera campaña de la NBA tras la fusión de la NBL con la BAA.
Un golpe de efecto que fue doble: Leo Ferris, fundador de los Buffalo Bisons (actuales Hawks) y parte activa de la unión en su condición de vicepresidente de la NBL, fue reclutado por Biasone para convertirse en general manager. Tras ello, los aciertos se sucedieron uno tras otro: primero, les birló al propio Dolph Schayes a los Knicks y a los Hawks tras convencer a Biasone de que le ofreciera 7.500 dólares anuales. El mismo propietario respondió a la petición entre lágrimas, temeroso de no poder reunir tal cantidad de dinero, aunque terminó por confiar en el ejecutivo. Paralelamente, cerraba la contratación del talentoso base Billy Gabor y de Al Cervi, quien hasta entonces había cumplido la función de head coach de los ‘odiados’ Royals.
Aquel triunvirato fue clave en el ascenso de unos Nationals que rozaron el título en 1950 y 1954. En ambas ocasiones, los Lakers de George Mikan se cruzaron en el sueño de Syracuse. Pero el desenlace triunfal era inevitable. Curiosamente, en una temporada en la que dos grandes acontecimientos marcaron el devenir de la NBA. El curso 1954-55 estuvo marcado por el acuerdo televisivo con la NBC para emitir los partidos a nivel nacional. Sin embargo, la liga se hallaba sumida en una situación delicada. En apenas un lustro, el número de equipos había descendido de 17 a 8. Por si fuera poco, la NBA se estaba convirtiendo en una competición soporífera fruto de las eternas posesiones y unos interminables finales de partido que amenazaban con extinguir el interés de la afición.
El propio Basione reconoció que “el baloncesto se había estancado” y le propuso a Leo Ferris la introducción de un nuevo sistema que zanjaría rápidamente la problemática. Tras reunirse con el resto de propietarios y exponer su idea, la decisión tomada fue unánime: el reloj de posesión había nacido. Paralelamente, se estableció una nueva norma que limitaba el número de faltas máximas por cuarto y agilizaba los últimos minutos de los encuentros.
Esta medida revolucionó el concepto del juego y salvó la competición cuando esta se hallaba al borde del precipicio. Y sirvió como talismán para Basione: los Nationals conquistaron el campeonato ante los Fort Wayne Pistons tras firmar el mejor registro de toda la regular season. Sin embargo, el Onondaga County War Memorial no volvería a acoger otras Finales de la NBA. Los Warriors de Chamberlain y los Celtics de Russell se interpondrían en su camino a partir de entonces.
Poco a poco, los Nationals perdieron fuelle. Schayes había superado ampliamente la treintena y las lesiones habían comenzado a hacer mella en él. La NBA disfrutaba de sus primeros brotes verdes y poco a poco iría recuperando los equipos que había perdido una década atrás. Sin embargo, la competición apuntó a las grandes urbes del país y quedó patente que Syracuse nunca podría alcanzar el nivel de rentabilidades de los grandes mercados. En 1963, Danny Basione vendía el equipo para dedicarse exclusivamente a la gestión de su bolera.
Los inversores Irv Kosloff e Ike Richman compraron el equipo y lo trasladaron inmediatamente a Filadelfia, llenando el vacío dejado por los Warriors, quienes se habían mudado apenas un año antes a San Francisco. Pero, para desgracia de la hemeroteca local previa, no debía quedar resquicio alguno del antiguo equipo. En aquel momento, los aficionados de Filadelfia odiaban a los Nationals casi tanto como odiaban a los Celtics.
Para ello, el nuevo grupo propietario puso en marcha un concurso público para que fueran los propios aficionados los encargados de bautizar al equipo. Se recibieron más de medio millar de nombres distintos, pero hubo uno que llamó la atención de Richman. A un nivel obsesivo. El término, ‘76ers’. La explicación que acompañó Walter Stahlberg, concluyente: “Ningún equipo de deportistas ha rendido homenaje a los valientes que forjaron la independencia de este país. Filadelfia, Santuario de la Libertad, debería hacerlo.” No hizo falta decir más. Los ‘Nationals’ se llamarían, a partir de ahora, los ‘76ers’. Sin perder ni un ápice de su significado patriota. Se llegó a rumorear que ‘Colonials’ fue el otro finalista. El premio para Stahlberg y su esposa estuvo a la altura: un viaje con todos los gastos pagados a San Francisco para presenciar in situ un partido ante los Warriors.
Kosloff tomó las riendas de los despachos y sus primeros movimientos marcaron el devenir de la franquicia. Primero, mantuvo a Alex Hannum como head coach (con dos temporadas de transición ocupadas por Dolph Schayes, ya retirado como profesional). Y, el más importante de todos, hizo un trato con Franklin Mieuli, propietario de los Warriors, para sellar el regreso de Wilt Chamberlain a Filadelfia. Con The Big Dipper de nuevo en casa, la asistencia se disparó desde los 2.000 hasta los 10.000 asientos por partido y el equipo conquistó el campeonato de 1967.
La ‘marca 76ers’ se convirtió, desde entonces, en una de las más exitosas y representativas de toda la NBA.
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(Fotografía de portada de Lisa Lake/Getty Images for PGD Global)