Serie ‘Origen de las franquicias NBA’: tú a Nueva Orleans y yo a Salt Lake City

Proseguimos con nuestro viaje a la historia de la NBA e iniciamos un nuevo serial sobre el origen de las distintas franquicias que componen la competición. En él nos sumergiremos en décadas pasadas para adentrarnos en diversos aspectos como la fundación del equipo, el origen de su nombre y los posibles traslados que se hayan dado. Es decir, arrojar algo de luz sobre la etapa primigenia de cada una de ellas. En la primera entrega, los Utah Jazz.


El estado de Utah es conocido por muchas cosas. Su extenso territorio alberga una gran belleza y diversidad natural comandada por sus numerosos parques nacionales, lo que lo convierte en un importante destino turístico para los amantes de las actividades al aire libre. También es un importante centro de transporte, logística, educación y, principalmente, tecnología, hasta el punto de haber sido considerado el ‘Nuevo Silicon Valley’.

Aunque la historia del ‘baloncesto Jazz’ es una historia de dos ciudades, Salt Lake City y Nueva Orleans, Charles Dickens no tenía en mente el mundo de la canasta –ni siquiera existía por aquel entonces– cuando escribió sobre los mejores tiempos, pero también sobre los peores. Aunque más de un siglo más tarde bien podría haberlo hecho.

El 7 de marzo 1974, una pequeña sociedad de nueve personas encabezada por Fred Rosenfeld y Sam Battistone pagó más de seis millones de dólares para inscribir a la 18ª franquicia de la NBA. Cumplido el trámite burocrático, institucional y económico, faltaba lo más importante: un nombre. La decisión se dejó a manos de los aficionados, quienes respondieron en masa con más de 6.500 propuestas diferentes que fueron estudiadas una a una. Entre todas ellas serían seleccionados ocho candidatos: Blues, Cajuns, Crescents, Deltas, Dukes, Jazz, Knights y Pilots. Estando considerada Nueva Orleans como la capital mundial del Jazz, al propietario Sam Battistone no le costó demasiado tomar una decisión.

Al mismo tiempo, la directiva hacía el primer gran movimiento desde los despachos. El héroe estatal Pete Maravich, máximo anotador de todos los tiempos del baloncesto universitario en LSU, aterrizaba como jugador franquicia desde Atlanta a cambio de dos primeras rondas y tres segundas rondas futuras del draft. Junto a él llegarían, desde el draft de expansión, jugadores como Nate Williams, Jim Barnett, Bob Kauffman y un Walt Bellamy venido a menos cuyas lesiones le obligaron a retirarse tras disputar un único encuentro.

Las cosas, como era de esperar, no fueron especialmente bien. Los Jazz perdieron sus primeros once partidos y el entrenador Scotty Robertson fue despedido una semana más tarde. Al final de la temporada se situaron como el único equipo incapaz de alcanzar las 30 victorias, quedándose en apenas 23. Ni siquiera la incorporación a mediados del curso de jugadores como Herny Bibby, padre de Mike Bibby, o Rick Adelman fue suficiente para enderezar el rumbo. Desde el banquillo, Butch van Breda Kolff y Elgin Baylor tampoco fueron capaces ya no solo de forjar un equipo ganador, sino de contribuir a la construcción de un núcleo competitivo.

En sus cinco años en Nueva Orleans, los Jazz nunca superaron el 50% de victorias, teniendo como tope las 39 logradas en el curso 1977-78. El mismo año en el que Maravich se rompió su rodilla derecha, el empresario de Lousiana Andrew Martin vendió el 20% de la franquicia y en el que los Jazz seleccionaron a Lucy Harris, la primera mujer de la historia en ser elegida en el draft (137ª posición).

La siguiente temporada, los Jazz solo fueron capaces de ganar 26 partidos, mientras veían como su aforo iba descendiendo de forma alarmante. Las cuentas habían dejado de cuadrar y la decisión de Battistone fue tajante: era hora de mudarse. Después de una encuesta demográfica a contrarreloj, el propietario anunció el traslado del equipo a Salt Lake City, una comunidad hambrienta de baloncesto tras la desaparición de los Utah Stars de la ABA. Sin embargo, la sombra de los Stars, el carácter precipitado de la mudanza, la tardía llegada del personal administrativo y el poco estudio del mercado de Utah se tradujo en una fría recepción por parte de la comunidad.

La aprobación de la mudanza en junio de 1979 resultó ser un gran obstáculo para la oficina principal. Apenas disponían de unos meses para organizar la venta de las entradas, poner en marcha campañas publicitarias y de marketing y cerrar los derechos de retransmisión de los partidos. Sin apenas asesoramiento en un territorio extraño para ellos, y pese a los esfuerzos de Wendell Ashton, editor del medio local Deseret News, el nuevo proyecto en Utah dio comienzo bajo un aura de incertidumbre y cautela que se intensificó con el rotundo fracaso protagonizado en el draft. En 1976 habían enviado sus primeras rondas de los siguientes tres años a los Lakers a cambio de Gail Goodrich. Una selección que, en 1979, permitió a los angelinos la incorporación de Magic Johnson con el pick número uno.

El último asuntó por cerrar fue el del nombre. ¿Apostar por la continuidad pese al nulo vínculo existente entre el jazz y la comunidad mormona de Salt Lake City o buscar una renovación completa? La primera opción fue apostar por la tradición del lugar y adoptar el denominativo ‘Stars’ del equipo ABA con el fin de calar en la comunidad, pero el nombre no estaba disponible. Inmediatamente se puso en marcha un nuevo concurso para elegir el nuevo nombre y los colores del equipo. Se barajaron seriamente opciones como ‘Saints’ y ‘Briny Shrimp’ pero ninguno terminó de convencer a la cúpula. Mientras tanto, el tiempo se les echaba encima y la NBA exigía una respuesta definitiva para inscribir el equipo. Así, Battistone optó por la vía rápida: mantener el nombre y los colores que habían lucido en Nueva Orleans.

Pese a la incongruencia, el mandamás defendió su decisión final como una forma de dar continuidad a la identidad de la franquicia y recordar a todos aquellos que habían criticado al equipo durante su estancia en Nueva Orleans que es la misma franquicia que, más tarde, lograría el éxito en Utah. “Desde el punto de vista personal, realmente pensé que me gustaría mantener el nombre porque sentí que, una vez obtuviéramos cierto éxito, quería que todos vieran que éramos el mismo equipo”, explicó Battistone al medio Deseret News en una entrevista publicada en 2008.

Aunque muchos en aquel momento tenían serias dudas sobre la capacidad de Utah de liderar con éxito a un equipo de la NBA, los habitantes de Salt Lake City terminaron por convertirse en algunos de los aficionados más leales de toda la liga, y los Jazz, en una de las franquicias más queridas y respetadas. Hasta el día de hoy, los saxofones, las líneas de improvisación, las casas coloniales, la comida cajún y las festividades del Mardi Gras siguen sin encajar de forma intrínseca en Utah, pero la música de los Jazz ha hallado la manera de mantenerse suspendida en el aire.


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(Fotografía de portada de Gene Sweeney Jr./Getty Images)


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