Iniciamos la serie de textos ‘Equipos NBA sin anillo’, una colección de artículos que dedicaremos a algunos de los equipos más recordados que se quedaron a las puertas del anillo. Llegaron a ser favoritos, llegaron a tenerlo cerca, en muchos casos eran los que mejor jugaban, pero se quedaron sin el preciado trofeo Larry O’Brien. Hoy, los maravillosos Sacramento Kings de principios de siglo.
Catorce temporadas coleccionan sin entrar en playoffs los Sacramento Kings. Hasta dieciséis se dispara la cuenta sin pasar de primera ronda. Cualquier tiempo pasado fue mejor en la capital de California y resulta imposible olvidar la única ocasión en la que la franquicia superó las 60 victorias. Sí, hoy venimos a rescatar el año dorado de las finales de conferencia contra los Lakers.
Pero no vayamos tan rápido; antes, un poco de bibliografía histórica.
Todo el mundo sabe o ha de saber que los Kings son una de las pocas franquicias que permanecen activas desde los años 40 (nacieron en la temporada inaugural, 1948-49). Llegaron incluso a ganar un campeonato en su tercera tentativa vital, cuando la NBA tenía que ver con la actualidad lo mismo que una cancha de barrio popular y el Staples Center.
Antes de responder a su nombre actual, los Kings fueron Rochester Royals, Cincinnati Royals o Kansas City Kings. No se mudaron a Sacramento hasta 1985. Ya desde la punta más occidental de los Estados Unidos, la franquicia solo ha pisado una vez a las finales de la Conferencia Oeste. Y para alcanzar aquella epopeya, la primera piedra del equipo que sedujo a una generación resultó Rick Adelman, el entrenador.
El viejo Rick desplegó en Sacramento una obra digna de sala reservada en un museo. Alcanzó como mínimo las semifinales de conferencia durante sus cuatro años seguidos en el equipo; y dentro de una entidad que solo había tocado postemporada cuatro veces en las últimas dos décadas. Esos cuatro ejercicios con él al frente resultaron el lapso de tiempo por el que hoy consideramos a los Kings uno de los grandes equipos sin anillo de la historia (ya no tan) reciente.
Chris Webber, Peja Stokakovic, Doug Christie, Mike Bibby, Vlade Divac, Hedo Turkoglu, Jason Williams, Scott Pollard, Bobby Jackson, Lawrence Funderburke, Gerald Wallace, Brad Miller, Keon Clark, Jim Jackson, Damon Jones… Cantidad de identidades célebres conformaron aquellos Kings, que resultaron la semilla del hervidero de fans que simpatizaría con esos colores tiempo después.
A los mandos estaba el citado Adelman. Amante de escasas probaturas —lo había demostrado en los Blazers—, Coach Rick llegó a Sacramento procedente de dos presencias en las Finales, perdidas ante Chicago y Detroit, con Portland. Había pasado allí seis años como asistente primero, desde 1983, hasta que dio el salto a entrenador principal. Permaneció seis años más con plenos poderes en el banquillo de Oregon y también colocó pleno de presencias en playoffs.
Después de eso, Adelman vivió dos cursos casi ignotos en Golden State; y ya por fin después, en 1998 llegó a Sacramento para dirigir los mejores años de la historia de la franquicia.
Draft 1996, 1998 y Stojakovic
Con Adelman como primera piedra, llegaron a la capital de California las cuatro cartas inaugurales del inolvidable proyecto. De golpe y porrillo. Stojakovic y Jason Williams, novatos. Y Webber y Divac como ilustre estrella y veterano que debían acelerar el proceso de maduración en barriles de haya. Todo empezaba a quedar en marcha.
Peja Stojakovic, llegado en ese 1998, había aplazado su llegada a la NBA dos años antes. El alero yugoslavo había sido drafteado en 1996 pero hasta dos cursos antes del nuevo milenio no hizo las Américas. En ese bienio de stand by siguió militando en el PAOK griego, con final de Recopa perdida ante Baskonia incluida. Llegó a los Kings de puntillas, sin excesivo ruido, apuntando a jugador de banquillo, a un recambio; sin demasiada expectación pese a haber accedido a la Liga canjeando un número 14 del draft, justo por debajo de Kobe Bryant. Ese puesto resultaba relativamente alto para una época en la que la NBA insistía en mirar por encima del hombro a Europa.
Aficionados y entendidos observaron aquel pick balcánico como un desperdicio. Un larguirucho tirador con físico y potencial flacos para la NBA.
Pocos sabían que ese dorsal ’16’ terminaría retirado por la franquicia después de que Peja resultase séptimo en minutos jugados o líder histórico en canastas de tres puntos. En la temporada 2002-03 (24,3 tantos de promedio) hasta se habló de Stojakovic como invitado de honor en la conversación para el MVP. Un europeo peleando con los Tim Duncan, Shaq, David Robinson, Kevin Garnett… Daba para película de Luis Buñuel.
Jugador de época, uno de los mejores triplistas de todos los tiempos (20º en la clasificación global que aún lidera Ray Allen) e historia viva del viejo continente y de los Kings. Menos mal que no tenía potencial en el momento de dar el salto. Que si no…
Otro de los recién llegados ese verano fue Jason Williams. Aunque terminó desterrado para dar cobijo a Mike Bibby en el proyecto, su estilo de juego vivaracho y preciosista sintetizaba el ánimo de aquellos Kings: frescos, descarados, jóvenes (a excepción de Divac) y con muchas, muchas ganas de agradar al mundo. Y, sobre todo, de ganar.
Sacramento eligió a Williams por delante de Dirk Nowitzki (9) o Paul Pierce (10) en el draft de 1998. Cierto es también que la pole de aquel certamen, con los años, resultó un auténtico disparate.
Williams dejó sus mejores highlights y la semilla de lo que después sería el equipo en los Kings. Su mayor contribución a la causa fueron su colección de pases imposibles y el canje final para que Sacramento obtuviera a Bibby.
Webber, el gran elegido
Además de esos dos flamantes cachorros, los Kings habían pescado a Vlade Divac en la agencia libre después de que este coqueteara con volver a Europa debido al lockout. Pero el pívot no llegó solo. La franquicia encontró su joya de la corona en Chris Webber, reclutado también en aquel 1998.
Hijo del draft del 93, Webber fue uno de los universitarios (Michigan) más boyantes de su época. Talento y físico (2,06 centímetros) dentro de una verdadera bomba de relojería. Además, su inteligencia añadía un combo de posibilidades ilimitadas. Resultaba un diamante. Lo tenía todo para triunfar en la NBA. Hasta el descaro y la confianza inconscientes, muchas veces necesarias. «No me dejaré intimidar», había dicho Webber cuando, junto a otros NCAA punteros como Penny Hardaway o Grant Hill, tuvo que hacer de saco de boxeo para el Dream Team de Barcelona 92. Por cierto, aquellos mochuelos jugaron dos encuentros contra Michael Jordan y compañía, y ganaron uno de ellos.
Investido como número 1 del draft (1993) por Orlando, Webber fue traspasado la misma noche a Golden State, de donde salió un año después con dirección a la capital estadounidense. Cuatro años pasó en Washington. Y en vísperas del primer lockout, llegó a los Kings vía nuevo traspaso. De los Wizards salió con más sombras (lesiones, líos fuera de la pista…) que luces, pero en California sí ofreció lo más granado de toda su carrera.
«Cambió la franquicia. Hizo que todo el mundo se sintiera bienvenido. Había una atmósfera familiar con él. Todo el mundo podía anotar y ser un poco idiota. Abrazó a los chicos jóvenes y les dio confianza», decía de él Corliss Williamson, antiguo compañero en Sacramento, en un reportaje de Bleacher Report.
Webber y Divac formaron una de las parejas interiores con mayor conocimiento del juego y astucia de aquella época. Puede que de la historia. Se unían al base malabarista que llegaba de Florida y al yugoslavo de nombre escasamente pronunciable. Habían nacido los Kings más punteros de siempre.
El mayor logro de aquellos Sacramento Kings fueron las finales de Conferencia Oeste perdidas ante los Lakers, en el año 2002. Se decía que el equipo que llegase a las Finales por el lado Pacífico sería campeón. Fueron los Lakers.
El añorado 2002
El cambio con la llegada de Adelman y la joven nueva unidad de emergencia resultó notable. De una temporada con récord de 27-55 se pasó a 27-23 (lockout). Se tocaron playoffs con un grupo bastante verde todavía. No fue hasta tres años más tarde cuando llegaron las finales de conferencia ante los Lakers, cuando el equipo tocó techo. Todos habían llegado a adultos y alcanzado un listón individual y colectivo difícil de superar. Era el cénit de todo el grupo.
Ya se sabe, los Kings habían adquirido por el camino a Mike Bibby, no tan rutilante delante de los objetivos pero sí más sólido, líder y eficiente en los lanzamientos; y a un Doug Christie aguerrido que aportaba dosis esenciales de contenido defensivo.
Turkoglu, Scott Pollard, Bobby Jackson (Magoo para el venerado Andrés Montes) o un joven Gerald Wallace se hacían cargo de los refuerzos desde el banquillo. Todo quedaba debidamente ordenado para poder triunfar. El objetivo no era otro que depositar el Larry O’Brien en las vitrinas de la organización. Había confianza y materiales para conseguirlo.
Aquel equipo barrió en temporada regular (61-21) por delante de Spurs, Lakers y Mavericks, los cuatro líderes del Oeste. Mejor récord de su conferencia y de toda la Liga, los Kings acudieron directos a las finales de su lado del mapa, en las que tocaba destronar a los vigentes campeones.
Webber había conseguido transformar aquel equipo en el mejor de la temporada. Jugaban alegre pero también aguerrido. Vistosos y eficientes. Y esa se presentaba como la gran ocasión de sus vidas. Especialmente para el ala-pívot formado en la Universidad de Michigan, pues antes de Sacramento siempre le habían acusado de no conocer el camino a altas rondas de playoffs. Se decía que era un gran talento pero poco más.
A un paso
El mejor récord y ventaja de campo por parte de su rival no significaron nada para los Lakers. El equipo de Phil Jackson, que venía de dos títulos seguidos (2000 y 2001), rompió el factor cancha a las primeras de cambio en la serie. Pero los Kings despertaron. Se sacudieron la presión y vencieron en el segundo encuentro para mandar un mensaje a los defensores del campeonato: dos anillos seguidos no les amilanarían y podrían acabar con su tiranía.
La serie, épica, fue deshojando partidos hasta colocarse en un 3-2 favorable a los Kings. El cuarto encuentro había sido agónico. A falta de unos segundos, Sacramento ganaba por dos puntos; pero Ese extraño elemento llamado Horry apareció para aflojar la soga de los Lakers un par de tonos. Se habían librado de un 3-1 desfavorable y con dos encuentros de la serie todavía pendientes en Sacramento. Horry salvó la vida de su equipo, que ahora empataba la ronda 2-2.
Palo. Mazazo para el aspirante. Los Kings consiguieron recuperarse y levantaron la liebre en el quinto. Hachazo a pocos segundos del final de Bibby incluido. Era la mayor victoria de la historia de la franquicia. Era la ocasión de sus vidas. Quedaban a un solo mini-punto de las Finales de la NBA.
Pero todos sabemos quién acabó haciéndose con el anillo aquella temporada. Shaq, Kobe Bryant y compañía se llevarían los dos últimos encuentros (41 y 37 puntos de O’Neal) y también las Finales frente a los New Jersey Nets de Jason Kidd.
No sin polémica, pues en el imaginario colectivo siempre se ha opinado que los árbitros, con Dick Bavetta a la cabeza, remaron en el Game 6 para que hubiera choque final en Sacramento. «No hay duda en mi cabeza de que los Kings tendrían que tener un anillo. Eran el mejor equipo ese año. Ese Game 6 fue una situación sobre la que, al final del partido, fueron robados», podía opinar Tim Donaghy, con años de carrera como árbitro NBA y expulsado de la competición por intento amaño de partidos y apuestas ilegales.
La idea de Donaghy pasaba por que la NBA deseaba que aquel sexto encuentro fuera ganado por los Lakers para que existiera combate final de la eliminatoria. Como parte de esa supuesta conspiración, los árbitros se habrían mostrado más amables con los Lakers. Cierta o no esa teoría, el equipo angelino accedió a las Finales ganando los dos últimos partidos.
Fin de fiesta
Los Kings lo acariciaron, pero la dinastía de los Lakers volvió a tener mayoría en las urnas. Sacramento resultó el equipo que más enredó el pase de ronda a los Lakers durante su largo cuatrienio de coronas en el Oeste (2000 a 2004), pero tampoco pudo con ellos.
Después de su mejor obra en toda la historia, incluyendo en ella temporada regular y playoffs, los Kings de Rick Adelman siguieron presentando batalla relativa. Continuaron figurando en puestos de honor del Oeste pero nunca ya volvieron a rozar tan de cerca una ronda decisiva.
Los dos siguientes años cayeron en semifinales de conferencia, en siete partidos (Mavs y Wolves). Estos dos decesos supusieron el final de los mejores Kings de la historia. A partir de 2007, ya solo con retales del último lustro y sin Adelman en el banquillo, nunca volvieron a pisar los playoffs. Y siguen sin hacerlo a fecha de hoy.
Esa es la historia, bastante sintetizada, de los mejores Sacramento Kings de siempre. Los que engancharon a una legión incombustible de fans —hoy nostálgicos— y estuvieron tan cerca de derrocar la tiranía angelina en los primeros 2000. Sirvan artículos como este de ofrenda a sus noches doradas sin premio gordo en la NBA.
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(Fotografía de portada: Jed Jacobsohn/Getty Images)