Tienes frente a tus ojos la primera entrega de una nueva serie de artículos en los que estudiaremos la NBA desde una perspectiva histórica. Porque la liga que todos conocemos hoy en día ha sido construida en miles de episodios, de historias, de personajes y de pequeños detalles que han aportado su granito de arena en la confección de una narrativa global que se ha ido reproduciendo hasta la actualidad. En esta recopilación de artículos en concreto trataremos aquellas figuras que han sido clave en la evolución de la liga desde los despachos. Sí, en efecto, hablamos de los general managers. El primer capítulo está dirigido a la figura de Wayne R. Embry, el primer ejecutivo afroamericano en la historia de la NBA.
La NBA no era nada acogedora para los jugadores negros cuando Wayne R. Embry aterrizó en 1958. Si bien completó una sólida carrera como jugador, su mayor impacto en la competición llegó desde los despachos. Durante su etapa con los Royals fue elegido cinco veces All-Star y en Boston conquistó su único campeonato como jugador, en 1968, en aquellos Celtics de leyenda antes de disputar una única campaña con los Bucks. Sería precisamente allí, en Milwaukee, donde escribiría su auténtico legado bajo la firma de un pionero.
Después de un breve periodo en Boston como comentarista tras su retiro, el propietario de los Bucks, Wes Pavalon, se acercó a Embry con una oferta que nuestro protagonista describiría años más tarde como “el momento más decisivo de mi vida.” Para Embry y también para la franquicia.
Éxito en Milwaukee
Incluso antes de ascender al papel de principal responsable en la toma de decisiones, Embry fue crucial para garantizar la realización de la operación más significativa en la historia de la franquicia. En Cincinnati había forjado una profunda amistad con Oscar Robertson, su compañero de habitación durante sus ocho temporadas en el equipo. La petición de Pavalon era osada, casi arrogante: “Estamos negociando una operación por Oscar Robertson, ¿te importaría llamarlo y convencerlo? Si consigues a Oscar significaría un campeonato instantáneo.”
La situación en Cincinatti era idónea. Robertson estaba harto de perder y su relación con el nuevo entrenador, Bob Cousy, se había deteriorado hasta el punto de ser prácticamente irreparable. “Llamé a Oscar y le conté lo que estábamos preparando en Milwaukee. Le dije ‘Estamos construyendo un proyecto que puede ganar el campeonato y tú no has ganado ninguno’. Así, ambos coincidimos de nuevo”, explicó el directivo. Durante el verano de 1970, los Royals enviaron a Big-O a Milwaukee a cambio de Flynn Robinson y Charlie Paulk. Al final de esa misma temporada, los Bucks dominaban la regular season (66-16) y conquistaban el primer campeonato de su historia.
Quizá influenciado por el papel protagonista que tuvo en el cierre de un acuerdo que le dio al equipo el título, Pavalon recompensó a Embry, quien en 1972 se convirtió en el primer general manager afroamericano en la historia de las cuatro principales ligas deportivas norteamericanas. “En ese momento fue un completo shock. Pensé que sería afortunado simplemente con ser asistente de Ray Patterson, quien había hecho un gran trabajo construyendo el equipo del campeonato. Llegué a finales de 1970 y en agosto de 1972 recibí una llamada de Wes Pavalon. Simplemente me dijo: ‘Eres el nuevo general manager de los Bucks’.”
Sin embargo, su estancia en Wisconsin no estuvo exento de desafíos importantes. Embry fue el hombre encargado de lidiar con la solicitud de traspaso de Abdul-Jabbar. Su contrato había finalizado pero no era libre de marcharse al mejor postor. Si bien no había agencia libre, si existía la ABA. Y Kareem amenazó con jugar en los Nets si los Bucks no cumplían su demanda de ser enviado a uno de los siguientes tres destinos: Washington, Nueva York o Los Ángeles. Milagrosamente pudo sacar tajada y traspasó a su máxima estrella a los Lakers a cambio de Junior Bridgeman, Dave Meyers, Elmore Smith y Brian Winters. “Queríamos que se quedara pero nos dijo que Milwaukee no se ajustaba a su temperamento. Intentamos acomodarnos por respeto a todo lo que había hecho por la franquicia.”
También fue bajo su dirección cuando los Bucks se vieron obligados a encontrar un reemplazo para Larry Costello, entonces el primer y único entrenador que había tenido la franquicia, así como el representante en el banquillo del único campeonato. La llegada en su lugar de Don Nelson aseguró la continuidad del éxito del proyecto, así como una reinvención completa en el estilo de juego del equipo y la adición de una fuerte mentalidad que se mantendría en los años venideros, ya con el propio Nelson al frente de las oficinas como gerente general a partir de 1977.
Los desafíos de ser un GM con raíces afroamericanas en plena década de los 70 en Estados Unidos supuso un hándicap añadido. Tal y como escribió el periodista de ESPN J.A. Adande en el perfil de Embry para el Black History Month de 2009, “tuvo que lidiar con algo más que buscar jugadores y empleados en su trabajo. Nunca supo cuándo podría abrir una carta que contuviera protestas racistas, incluida una que ponía ‘la gente negra debería estar muerta’. Una vez necesitó que lo escoltaran fuera del pabellón y recibiera protección policial en su casa por las amenazas recibidas.”
Poniendo a Cleveland y Toronto en el mapa
Pese a ello siguió desempeñando un nivel excepcionalmente alto. El equipo alcanzó las Finales de 1974, donde caerían ante los Celtics. En 1977 no alcanzaría la post-temporada y su lugar sería ocupado por Don Nelson. Para cuando Embry asumió el papel de general manager en Cleveland en 1986, los Bucks podían mirar hacia atrás con orgullo y al presente con optimismo, recogiendo cada año los frutos plantados por su ex-directivo.
A pesar de lo buenos que eran, aquellos Cavaliers tuvieron la mala suerte de coincidir en el tiempo con unos todavía mejores Bulls liderados por Michael Jordan. Los Brad Daugherty, Mark Price, Ron Harper, Hot Rod Williams y Larry Nance chocaron hasta cinco veces en playoffs con Chicago. Los 76ers de Erving y los Knicks de Ewing fueron los verdugos en otras tres ocasiones. “Pensamos que, contando desde el jugador uno hasta el doce, éramos mejores que los Bulls”, recuerda Embry. “Pero parte de lo que define la grandeza de alguien es tener la capacidad de mejorar a otros jugadores. Esto se manifiesta de diferentes maneras y eso es lo que Michael hizo con aquellos Bulls. Constantemente ganábamos más de 50 partidos pero no pudimos superar a Jordan.”
La amargura colectiva no fue tal en el apartado individual. Su excelente trabajo (los Cavaliers alcanzaron los playoffs en nueve de sus doce temporadas al frente cuando solo habían logrado cuatro apariciones en 16 años antes de su llegada) fue recompensado por la NBA con dos premios al Ejecutivo del Año (1992 y 1998) y el interés de una franquicia para la que trabaja a día de hoy: los Raptors. Paralelamente, en 1999, era incluido en el Salón de la Fama.
La sabiduría de Embry en tierras canadienses, donde cumple funciones de asesor deportivo, ha sido un pilar fundamental en la construcción de un proyecto que culminó el pasado año con el campeonato. Un recordatorio siempre presente de que el progreso es una cuestión de perspectiva. “Ha sido un buen viaje. Lo que ha sucedido aquí realmente me enorgullece.”
Quizá lo más gratificante de todo ha sido presenciar el ascenso de un equipo cuyo presidente, Masai Ujiri, uno de los únicos dos presidentes afroamericanos de toda la NBA, se ha convertido en uno de los ejecutivos más respetados de la liga. Una carrera comenzada por Embry muchas décadas atrás y cuyo testigo ha sido recogido durante la última por Ujiri, quien, por supuesto, merece un capítulo aparte. Y lo tendrá.
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