Si la relación de los Warriors con Oakland se hiciese película, Draymond Green protagonizaría la última escena del filme, de rodillas sobre el asiento del bus, con la vista perdida a través de la luna trasera, buscando con la mirada esa última imagen del sitio al que piensas que ya nunca vas a volver. Un recuerdo para la posteridad en la mente de Green, pura nostalgia bajo sus musculitos. Esa Oakland llena de grúas portuarias, historias de violencia y leyendas del baloncesto queda ya al otro lado del Bay Bridge, el puente que une The Town con The City —San Francisco—. Y Draymond, que ve el ya huérfano Oracle Arena a lo lejos, piensa que probablemente no van a encontrar mejor hogar para su equipo, para los Warriors, que la negra, dura, barata y peligrosa East Oakland, la que ha sido la abnegada casa del equipo durante 40 años.
Cruzar el Bay Bridge significa mucho en la Bahía. Este puente primo hermano del Golden Gate es el nexo entre dos realidades contrapuestas. Es un salto sobre algo que, para muchas cosas, es más un océano que una bahía. San Francisco y Oakland son dos antítesis que se necesitan. Si la primera se enriquece y es blanca, es porque la segunda ha absorbido gran parte de la pobreza que ésta genera, se ha hecho negra. Mientras los hippies peregrinaban a San Francisco, Oakland creaba los Panteras Negras. Si en Oaktown da el sol es porque la niebla se ha quedado en Frisco. Si Gary Payton, Damian Lillard, Isaiah Rider, Paul Pierce o Jason Kidd se criaron en los playgrounds de Oakland es porque en San Francisco no exporta un baloncestista profesional desde los 60.
Por ello, el verano de 2019 es una fecha tan señalada en el calendario de Golden State Warriors. Es su momento para cruzar el Bay Bridge. Joe Lacob, uno de los nombres propios de Silicon Valley y cabeza visible del grupo propietario de la franquicia, se la lleva al Chase Center de San Francisco. Una ciudad con una cultura de básket escasísima en comparación con la de la East Bay, pero con algo mucho más importante para Lacob y la NBA: los dólares.
Y es que San Francisco es hoy en día el nuevo Dorado para los miles de entrepeneurs, ingenieros informáticos y aspirantes-a-ser-el-próximo-Zuckerberg que llegan desde todo el mundo. Son jóvenes, ricos y con ganas de pasarlo bien. Allí se les conoce como techies y son el negocio perfecto para Lacob, que quiere convertir su franquicia en la nueva atracción de una ciudad, San Francisco, que ha vivido siempre en torno a este binomio: el de una parte de población que llega a buscar oro, el de otra que se dedica a divertir y entretener a los gold-seekers.
Una ciudad para los 49ers
Si hay un personaje que pueda explicar la historia y el carácter de San Francisco ese es el del 49er. En 1848, la futura Frisco no era más que una colonia de 800 habitantes, semiolvidada en el norte de México. En 1850, un año después del descubrimiento de oro en Sierra Nevada y el norte de California, ya había unas 35.000 personas viviendo entre las colinas de la ciudad. Buscavidas europeos, sudamericanos, chinos y de muchas otras partes del mundo comenzaron a arribar a la ciudad en lo que se conoció como la fiebre del oro. Por el año de su llegada, 1849, a estos precursores se les conoció como 49ers. Venían, igual que los techies de hoy en día, con la idea de que uno se hacía rico de hoy para mañana en el Lejano Oeste.
Por aquel entonces, más del 90% de los que llegaban eran hombres solteros. Eso le dio a la San Francisco primigenia un carácter que nunca ha perdido. Un ansia de libertad y hedonismo que se sigue hoy oliendo a nada que se rebusque en la ciudad. Para saciarlo, se creó desde el primer momento una industria que iba desde los prostíbulos y salones hasta los fumaderos de opio. El desenfrenado auge de este sector fue tal que creó un barrio propio y de fama mundial, The Barbary Coast. El primero de los muchos nombres que el sector del entretenimiento ha creado en San Francisco para satisfacer a los buscadores de oro.
Antes del final del siglo XIX, la ciudad ya se había ganado su fama de destino bohemio, liberal y canalla en Estados Unidos, y poco importó que el oro no fuese tanto como en un principio parecía. Ni siquiera el terremoto y posterior incendio de 1909, que arrasó con The Barbary Coast, puso frenos al desenfreno de San Francisco. El siglo XX cambió las formas y los nombres, pero nunca desmembró el binomio de individuos solitarios buscando oro (literal o figurado) y el de una industria dispuesta a hacer que la ciudad disfrutase.
Los años 40 y 50 fueron años de marineros y militares navales en San Francisco. También de prostíbulos (de hombres y mujeres, de hombres vestidos de mujeres y, quizás, de mujeres vestidas de hombres) y de mitos del jazz como Charlie Parker, Ella Fitzgerald, o John Coltrane tocando por el Fillmore y el Tenderloin. Proliferaban los SROs, hoteles para residentes fijos que solo necesitaban una cama para caerse muertos, y, como siempre, la ciudad seguía viviendo para los buscadores de oro. Aunque este metal precioso se estuviese convirtiendo ya en una metáfora. El nuevo oro era la libertad, la ausencia de normas.
Fue en esta época cuando llegaron unos nuevos bohemios conocidos con el nombre de beatniks, los Ferlinghetti, Kerouac Ginsberg y compañía, que convirtieron San Francisco y la zona de North Beach en su centro neurálgico. Sus hijos culturales, el movimiento hippy, peregrinó en masa hasta San Francisco en los años 60 y tomó por asalto Haight Ashbury en el verano del amor. A los pocos años, gays, bisexuales y trans convirtieron el barrio de Castro en la referencia mundial de la comunidad LGTB.
La invasión ‘techie’
Hoy en día, la estructura sigue siendo similar a la de los últimos 150 años. Por una parte, un sector de la población que llega de todo el mundo buscando oro, que ahora se ha vuelto menos metafórico y se conoce con el nombre de start-ups, fondos de inversión o acciones. Por otro, toda una industria del entretenimiento, formada por supermercados ecológicos, cafeterías con 354 tipos de leche y tostadas con aguacate, y, ahora también, por los Golden State Warriors.
Pero la primera burbuja de las puntocom en el 2000 y, sobre todo, la explosión de firmas tecnológicas como Google, Facebook, o Youtube ha dado un giro a la cultura de la ciudad. La libertad original de San Francisco se ha sustituido por una apariencia, un producto que Silicon Valley utiliza para atraer a trabajadores de todo el mundo. Más que la ciudad de la libertad, la San Francisco que ahora dominan los techies es un parque de atracciones donde la temática es la libertad.
Además, la invasión de esta nueva ola de buscadores de oro ha desplazado ya a miles de habitantes de la ciudad al otro lado de la Bahía, justo en la trayectoria inversa a la que han cogido los Warriors. El nivel de vida provocado por el boom tecnológico ha hecho que, para Manuel, el taquero mexicano de la Misión, o Hen, el carnicero asiático de Chinatown que no tiene ni papa de inglés, vivir en San Francisco sea una quimera. En la ciudad solo hay sitio para los nuevos 49ers y sus distracciones.
Business, business, business
Así, el año que viene los Warriors se convertirán en el nuevo entretenimiento de los buscadores del oro tecnológico. Y mientras Draymond cruce el Bay Bridge hacia su nueva ciudad, José el taquero, y quizás también Hen, se cruzarán con él haciendo el camino opuesto, dejando el skyline de San Francisco a sus espaldas. Los Warriors se irán de Oakland, el lugar de la Bahía donde el baloncesto es algo más que un polvo aséptico en el Barbary Coast de los tecnológicos. Por su parte, Hen y José dejarán Frisco sabiendo que su casa ya no estará más a ese lado del puente.
Al final, las historias de un carril y de otro confluyen todas en Joe Lacob, inversor y emprendedor de Silicon Valley, patrón de los Golden State Warriors, el dinamo de dos procesos que se cruzan en el Bay Bridge. Representante de un tipo de economía que ha cambiado por completo San Francisco, convirtiéndola en la Meca de la tecnología y un lugar no apto para la clase obrera. Cabeza visible de una mudanza que quiere convertir a los Warriors en el entretenimiento por excelencia de los nuevos 49ers. Lacob y los suyos deciden quién va y quién viene en el Bay Bridge. Todo planeado en torno a esa triste frase que en la NBA, en la nueva San Francisco, en Silicon Valley y en los Estados Unidos se ha convertido en verdad irrefutable: “This is a business”.
Fernando Mahía es periodista y colabora con Líbero, Luzes, Panenka o CTXT, y en sus historias busca unir el deporte y los viajes con temas sociales. Este espacio de Fernando en nbamaniacs pretende ser un viaje por la cultura de EE.UU. a través del baloncesto.