“Todo el mundo sufre por algo que no podemos ver”, decía Kevin Love en esa carta a de The Players Tribune que marcó una nueva época en la sensibilización con las enfermedades mentales en la NBA. Hace meses, tanto el californiano como DeMar DeRozan pusieron en guardia a la Liga frente a una causa muy silenciada, quizás por nueva o por estigmatizada. Vinieron a decir que no son superhombres, ni héroes mitológicos, ni siquiera gente especial. Son personas, dicen, como cualquier otra; personas que pueden sufrir depresiones, ansiedad, ataques de pánico.
Literalmente cualquiera puede sufrir estos problemas. Hoy en día, un 18,1% de la población sufre de trastornos de ansiedad en los Estados Unidos. Puesto de otra forma, esto significa que unos 40 millones de estadounidenses las padecen. Un auge histórico, una plaga del siglo XXI y que necesita de más voces como las de Love o DeRozan para acabar con la estigmatización y poner sobre la mesa, de forma seria, lo que ésta conlleva y las causas que la generan.
Golden Gate and Jones
Si a finales del siglo XX y principios del XXI se produjo un despegue de los tratamientos antidepresivos como el prozac o el Lithium de Kurt Cobain, esta nueva era marcada por la ansiedad, la inmediatez y el todo-lo-queremos-ya lleva de la mano un nuevo tipo de droga, legal pero no por ello menos droga: los compuestos de benzodiacepina. Más conocidos como benzos, estos medicamentos con capacidades ansiolíticas, hipnóticas, relajantes y sedantes viven un auténtico boom. El Xanax, nombre comercial del alprazolam, es uno de los benzos más demandados, pero no solo en las farmacias.
“Weed, crack, cocaine, Xanax. Weed, crack, cocaine, Xanax” cantan con sonoridad los camellos del Tenderloin, el barrio más sucio, maloliente y desamparado de San Francisco, en la esquina de Golden Gate and Jones, una de sus preferidas. Curiosamente, por años de exilio de los ricos hacia las afueras de las ciudades norteamericanas, el Tenderloin es el barrio más céntrico de la ciudad y, a la vez, el más mísero y pobre. Un cajón de sastre social para vagabundos, camellos e inmigrantes.
Por Golden Gate con Jones pasaba pasaba C. de vez en cuando a pillar su dosis de Xanax, a la que no tenía acceso como medicamento y, por lo tanto, adquiría como droga. Algo que, dicho así, hace parecer que la diferencia entre ambos conceptos, el de medicamento y el de droga, depende de si pillas la pastilla en la farmacia o en la esquina.
Nacido en un estado del sur de los EEUU, C. tiene 27 años y acabó por dejar San Francisco para regresar a casa y desengancharse del Xanax y las otras drogas que tomaba para calmar su adicción. Según él, la adicción a medicamentos como las benzos le venía desde su niñez, cuando tomaba algún tipo de droga legal para calmar los efectos de su trastorno de ansiedad.
Aunque C. logró acabar con la adicción, otros no han corrido la misma suerte que él. Según un estudio del National Institute on Drug Abuse al que hace referencia la CNBC, las muertes por sobredosis de benzodiacepinas —Xanax, pero también Librium, Valium y Ativan— se han multiplicado por cuatro entre 2002 y 2015. Este último año, se produjeron 8.791 muertes por el consumo de este medicamento, cuya prescripción legal aumentó un 67% entre 1996 y 2013.
En total, el sector de estos medicamentos contra los trastornos de ansiedad (donde también se incluyen los antidepresivos y el buspirone) contaba con un valor de mercado de 3.300 millones de dólares en 2014, y se espera que llegue a los 3.800 millones de dólares en 2020. El mercado de los desórdenes generales de ansiedad se ha ido convirtiendo en un espacio económico boyante, donde unas cuantas multinacionales pelean por llevarse la porción más grande posible.
1355 Market Street
A menos de un kilómetro de la esquina de Golden Gate con Jones y siguiendo Market Street, la avenida que divide San Francisco entre el Tenderloin y el SOMA, entre los locos y los nuevos ricos, está el cuartel general de Twitter. La empresa californiana es una representación exitosa del manido modelo del entrepeneur, ese que busca convencerte de que te explotes a ti mismo por gusto y, además, des las gracias, seas feliz.
En los métodos y formas de esta meca tecnológica y del trabajo supuestamente relajado cristalizan algunas de las razones tras el aumento de los trastornos de ansiedad. En un reportaje de la CNN sobre Silicon Valley, la mujer del emprendedor Zoran Draganic contaba cómo su marido dormía en la oficina para escribir código de una start-up que acabó valiendo millones, cómo vivía por y para un proyecto que nació de la nada y acabó por triunfar. El sueño de muchos, si no fuese porque el verdadero final fue la depresión, primero, y luego el suicidio.
“La productividad hipomaníaca es en Silicon Valley una muestra de fortaleza, y no puedes mostrar una mala cara”, explicaba Penelope Draganic. “No es esta cultura la que crea la enfermedad, pero sí que es una cultura que hace que sea más difícil lidiar con dichas enfermedades.”
“Es como un mérito mostrar cuán ocupado estás”, explica otro emprendedor citado en el reportaje de la CNN. “Dormir o estar embarazada no es cool; todo eso que las personas normales hacen y necesitan se excluye de esta cultura”. Aunque es imposible generalizar, un sector del mundo del capitalismo globalizado ha creado una nueva jerarquía que divide entre doers y no-doers, y hacer se ha convertido en objetivo vital, un motivo de estatus.
Hacer muchas cosas, nunca parar y olvidarse todo lo que se pueda del descanso, el tipo de vida que ha confesado llevar Elon Musk, CEO de Tesla, en una entrevista tan triste con el New York Times en la que explica cómo su vida personal es poco menos que inexistente. Una vida sin reflexión, sin pausa, y en la que no cabe la queja, mucho menos la supuesta debilidad de estar agotado mentalmente. La ansiedad es una debilidad y, entre otros casos, se cura con Xanax. La única diferencia entre el 1335 de Market Street y la esquina de Golden Gate con Jones es que, en el primero, la mayoría lo pueden pillar en la farmacia.
Un síntoma
Se suele decir que la depresión, el estrés o muchos otros trastornos de ansiedad no son un mal en sí mismo, sino la forma de expresar que algo en nuestra existencia, en nuestra vida, no funciona de forma adecuada. Pues bien, 40 millones de personas sufriendo algún tipo de trastorno de ansiedad, camellos repartiendo pastillas legales antiestrés en la calle como si se tratase de crack y cierta cultura del emprendedor que sacraliza la autoexigencia desmedida, la ausencia de sueño, el rechazo a las vacaciones y el trabajo como fin suena realmente mal.
Por otra parte, un sistema que obliga a jugadores como Marcus Morris o DeMar DeRozan a criarse en guetos marginales y familias desestructuradas, donde la seguridad vital es una utopía y se convive con la presión constante de tener que ser el más duro, el más fuerte, de nunca bajar la mirada, para no ser avasallado. Ser débil en un barrio negro de clase baja, tal y como relatan en uno de los episodios del magnífico reportaje de ESPN sobre la salud mental en la NBA, es una condena.
Lamar Odom, Frederic Weis, Tyler Honeycutt dentro del baloncesto, o Michael Phelps y Andrés Iniesta fuera han también confesado las dificultades de conjugar la exigencia del deporte profesional y los problemas personales de cada uno. Tampoco ayuda en ello ciertos usos que se hacen de las redes sociales y de los medios de comunicación, donde se cruza por mucho la frontera que divide la crítica constructiva del ensañamiento brutal. Deportistas, actores, personajes públicos y anónimos viven en una constante exposición que se puede convertir en una purga a lo Cersei Lannister. Shame, shame, shame.
Quizás, los 40 millones de trastornos mentales en los EEUU no son el problema, sino el síntoma agudo de algo mucho más grande. De que la ansiedad, la depresión y un largo etcétera de enfermedades relacionadas con la mente se han convertido en un negocio de miles de millones, en una forma de vida en ciertos sectores y en un castigo para un gran estrato de la sociedad, desde el vestuario de la NBA hasta Compton, Los Ángeles.
Por suerte, cada vez es más difícil que alguien interprete este problema como una debilidad individual. Xanax, ansiedad y depresión son problemas de toda la sociedad norteamericana (y global). Como tal, las soluciones tendrán que llegar, también, del conjunto social. Un primer paso es la concienciación y se debería dar gracias a Love, a DeRozan, a Morris y un largo etcétera por tener la valentía de verbalizar sus problemas y abrir una primera brecha en el estigma. En este caso, el deporte ha cumplido con una de sus funciones vitales más allá de divertir: ser un espejo para la sociedad, un lugar desde el que contar historias mucho más importantes que el propio deporte. Ésta lo es.