Los Grizzlies de Tony Allen, Zach Randolph, Mike Conley y Marc Gasol tuvieron mucho de contracultural, esa palabra tan bonita y tan difícil de casar con la victoria, casi igual de bella, pero no tanto. En una NBA que cada vez oscilaba más hacia el triple, Memphis presentaba desde 2010 y hasta hace poco un juego de otra época, dos postes igual de virtuosos que duros como eran Randolph y Gasol, un juego físico, lento e incómodo, un escolta amargaescoltas como Tony Allen, que promedió más tapones en todas sus temporadas (salvo en esta última) que triples anotados y un base de perfil bajo y prestaciones altas como Conley. Caminaban en sentido contrario al resto de la liga, que buscaba espacios donde el equipo de Tennessee solo pensaba en asfixiarlos, cerrarlos. Eran los Grizzlies del Grit and Grind, que, de poder traducirse, sería algo así como “agallas y trabajo duro”.
Dejésmolo en Grit and Grind.
Sin saberlo, cuando Tony Allen pronunció estas palabras en el postpartido del 8 de febrero de 2011 frente a Oklahoma —“It was all heart. Grit. Grind”—, creó una identidad de una forma pocas veces vista. No era solo el hecho de crear un eslogan pegadizo que representase la filosofía de un equipo. Además, el término encajaba perfectamente con una cultura local que, en la NBA, casi nunca camina de la mano de la de su franquicia. Ocurrió con los Lakers del Showtime evocando la farándula de Hollywood. También con los Bad Boys de Detroit, representantes de la ciudad industrial por excelencia en el imaginario estadounidense. Quizás, terceros en esta lista podrían aparecer unos Grizzlies que representaron unos valores y una idiosincrasia que suponen lo mejor de la cultura sureña de los Estados Unidos, tantas veces caricaturizada o vilipendiada. Fidelidad, dureza, corazón y alma sureña.
Los ya extintos Grizzlies del Grit and Grind fueron contraculturales, fueron únicos y derrotados. Fueron, por ello, puramente sureños en el mejor de los sentidos. Se convirtieron en la mejor reedición de otro equipo, el sello musical Stax, que medio siglo antes convirtió a Memphis en el mejor ejemplo de lo que podía ser el Sur.
El pecado original
La historia del Sur de los Estados Unidos es un manual de convivencia con la derrota, un relato que podría estar acompañado en todo momento por el Sad Song de Otis Redding, buque insignia de la Stax. El nacimiento del Sur como ente fue el origen de su primera caída, la de una Guerra de Secesión en la que combatieron como Estados Confederados, unidos bajo su pecado original: la lucha frente a la abolición de la esclavitud. Las zonas donde predominaba la plantación de algodón y el modelo rural se levantaron frente a un Norte industrial. Carolina del Sur, Mississippi, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana, Texas, Virginia, Arkansas, Carolina del Norte y Tennessee se enfrentaron a la Unión para preservar sus derechos a ser Estados donde se permitiese la esclavitud. Por suerte para la humanidad, perdieron.
Como suele ocurrir, la frontera entre ganadores y derrotados creó otra nueva, entre ricos y pobres. El norte, más abierto e industrial, creció por encima de un Sur que se mantuvo rural, conservador y racista, receloso de los cambios sociales que se daban por allá arriba. La esclavitud fue abolida tras la guerra, pero los negros del Sur siguieron enfrentándose a sociedades abiertamente hostiles, ya fuese a nivel legal —leyes Jim Crow— o criminal —Ku Kux Klan—. Primero emigraron masivamente hacia el norte en la Gran Migración Negra. Luego, a mediados de los años 50, se organizaron en el Movimiento por los Derechos Civiles liderado por Martin Luther King.
El racismo estructural, unido al conservadurismo político y el fundamentalismo religioso, creó un arquetipo del sureño analfabeto e inculto, pobre, gañán, fumador y bebedor empedernido, racista a más no poder. Y la historia, fuera de los injustos estereotipos, fue convirtiendo al Sur en la zona deprimida de los Estados Unidos, con niveles laborales y educativos muy debajo por la media del país y cercanos, en ciertos momentos, a estándares del tercer mundo. Se generó también un ambiente cargado y hostil, que de forma magistral han retratado en los últimos tiempos series del southern gothic como la primera temporada de True Detective o, más recientemente, Heridas Abiertas.
Sin embargo, pensar que el Sur solo es white trash, racismo y votantes de ese señor con algo que parece una peluca y que gobierna los EEUU sería reduccionista y, sobre todo, un mal negocio para el resto del mundo. Ocurre a veces con las culturas derrotadas que su distancia del resto del mundo, su marginación las mantiene auténticas. Gracias a ello, y pese a sus muchos defectos, el Sur es diferente. Un lugar en el que, igual que en el Grit and Grind, se siguió aplaudiendo valores más de otra época como la fidelidad, la constancia, o el trabajo duro, valores de ese evangelismo sureño tan nocivo en muchas otras cosas y que es mayoritario en esta zona de Estados Unidos.
Quizás por esta misma razón, el Sur cuenta con un sello propio e inconfundible dentro de Estados Unidos. Una forma de hacer las cosas que va desde la literatura de William Faulkner, Mark Twain o, más recientemente, Nic Pizzolatto, hasta las series, el cine (Bestias del sur salvaje, Tres anuncios a las afueras) o una producción musical sin parangón, con capitales mundiales en cada género: el country de Nashville, el rock sureño con sello en Georgia, el bluegrass de los Apalaches, Nueva Orleáns y cualquier estilo que se precie, y el reciente boom del trap de Atlanta.
Luego, por encima de todo estilo y ciudad, aparece el símbolo del chasquido de dedos, las cuatro letras y el espíritu inmortal de la Stax, el soul que más profundo ha tocado el alma norteamericana y que sopló vientos del sur para todo el mundo desde el 926 de McLemore Avenue, Memphis. Una historia que, igual que la de sus vecinos Grizzlies del Grit and Grind, hizo honor a lo mejor del Sur gracias a la conjunción de la derrota con un espíritu rebelde que nadó, siempre, a contracorriente.
Deep soul para curar el alma
Fundada por los hermanos de raza blanca Jim Stewart y Estelle Axton en 1957, la Stax es la discográfica por excelencia de la música de raíces afroamericana, en una magnífica contradicción. El sello de Memphis lo hizo, además, siendo bandera de la integración en el Sur segregado de los años 50, una época en la que en el estado de Tennessee había baños propios para los negros, edificios diferenciados en los hospitales mentales o penas de entre uno y cinco años por vivir en la misma vivienda como pareja interracial. Contra la asfixia, la Stax ofreció al mundo los míticos Booker T. & the MG’s, formado dos negros y dos blancos y considerado uno de los mejores grupos de sesión de la historia.
Además, como los Grizzlies de Allen, Gasol y compañía, la Stax también nadó río arriba cuando la corriente bajaba con fuerza. He ahí la Motown, el sello mítico y coetáneo del de Memphis que edulcoró el soul sureño haciéndolo más pop, más apto y accesible para todos los públicos, especialmente blancos. Por el contrario, la Stax convirtió Soulville, su estudio de grabación, en la referencia musical y estilística de todo el Sur, un portal al que Memphis acudía a escuchar el último sencillo de Sam and Dave, Carla Thomas o Wilson Pickett, a conocer la última innovación de Al Bell, uno de los primeros gerentes negros de la industria musical. La Stax fue puramente sureña y negra, fue a la Motown lo que el café puro es al descafeinado. Fue la cuna del soul puro y profundo que llegaba, sin solución de continuidad, desde las plantaciones de algodón de siglos atrás y sus esclavos.
Y por encima de toda la Stax, un nombre, Otis Redding, símbolo inmortal del sello de Memphis y del soul sureño. Un mito que se fue con 26 años dejando un legado increíble para sus cinco años de carrera con el sello. Cinco años de éxito fulgurante escribiendo sus propios temas y una voz que evoca, desde el primer segundo de cada canción, el góspel y el alma. Cinco años que le llevaron a una exitosa gira por Europa con todo el sello, a triunfar en EEUU y al triste culmen de su carrera en junio de 1967, en el Festival Pop de Monterey, California. Cinco años cerrados por su venerado epitafio, el (Sittin’ On) The Dock of the Bay, la canción inmortal de Redding, escrita en una casa flotante de Sausalito, en la Bahía de San Francisco.
Antes de la publicación de este sencillo, Otis Redding fallecería en un accidente de avión en Wisconsin en diciembre de 1967. Tenía 26 y ésta no fue solo su derrota, sino también la de la Stax, el Deep Soul y todo el mundo de la música. El sello de Memphis se declararía en bancarrota ocho años después, luego de que sus dueños “fueran desplumados impunemente por los listillos neoyorquinos (blancos) de Atlantic Records”, tal y como cuenta de el maestro Diego A. Manrique en un perfil de Redding para El País. Al final, igual que en la del Grit and Grind, contracultura y derrota marcaron también la historia de Otis y la Stax. Por ello, no se podría escoger mejor despedida en el FedEx Forum de Memphis para Marc Gasol —si es que algún día se va— y para la época del Grit and Grind que una canción de Otis Redding, el ‘Rey del Soul’. Una dedicada a Gasol y a Otis, representantes de los mejores vientos del Sur que, a veces, soplan en Memphis.
La canción, un himno que parece hecho a la medida de Memphis y Marc: I’ve been loving you for too long.