(Alerta, Spoilers de He Got Game)
Es de noche en las canchas Coney Island, año 1997, y la gente camina en camiseta por la primavera neoyorquina. Tras las cámaras que enfocan a Denzel Washington y Ray Allen está Spike Lee, dando otro brochazo más al retrato de su Brooklyn. La película se estrenará al año siguiente. El nombre: He Got Game —Una mala jugada en España, El juego sagrado en Latinoamérica—. En una de las últimas escenas de la película y la más icónica, Jake Shuttlesworth (Denzel Washington) y su hijo Jesus (Ray Allen), se juegan todo en un uno contra uno a 11 puntos. El que gane, gana. Jake, la libertad de dejar la cárcel atrás, donde cumple condena por el homicidio involuntario de su mujer. Jesus, la libertad de no volver a verlo.
El guión, contaron a posteriori, estipulaba un 11-0 para Jesus. Teóricamente, la interpretación más fácil de toda la película para un para Ray Allen que, con 22 años, era ya una estrella en ciernes de la NBA en 1997. Pero empieza el 1-on-1 y en modo funky total —vendas en las rodillas, pelo afro y doble camiseta— Denzel Washington postea frente a Allen, medio reverso, penetra por la izquierda y pum, lo que estipulaba el guión se va al carajo. 1-0 para Denzel Washington.
Y para interpretar mejor lo que ocurre de ahí al final del partido entre Jake y Jesus Shuttlesworth, para entender qué motivó esta película, por qué se llegó a ese momento y a ese lugar, por qué Denzel Washington rompe el guión, nada mejor que recorrer antes tres caminos. Uno parte de Cobble Hill, Brooklyn, en los años 60. Otro, por la misma época, de Mount Vernon y el Bronx. El tercero, más sinuoso, parte de la propia Coney Island en los 80.
El camino de Spike
En cierto modo, la obra de Spike Lee es a Brooklyn lo que Manuel Vázquez Montalbán a Barcelona o, más cercano, Woody Allen a Manhattan; una pieza clave, una pintura general pero de precisión que sirve entender una época de la ciudad y sus latidos, sus ritmos e idiosincrasia. Y en la Brooklyn la de Spike Lee, el baloncesto es precisamente eso, un latido, idiosincrasia, identidad.
Criado en el barrio de Cobble Hill en los años 60 y el mayor de los cinco hermanos Lee, en la ciudad de Spike las pelotas se botaban y rebotaban en cada esquina. Por aquellos años, Bernard King, Chris Mullin, Mike Tyson, Vinny Testaverde, Sam Perkins, o la leyenda de los Mets John Franco crecían en otras partes de Brooklyn y la presencia del deporte en la ciudad era abrumadora. En la década que va del año 1958 —el de la mudanza de los equipos de béisbol New York Giants y Brooklyn Dodgers a San Francisco y Los Ángeles, respectivamente— al 1968 —primer año de los New York Nets en la ABA— Nueva York acumuló ocho equipos profesionales solo entre béisbol, baloncesto y fútbol americano.
En esos mismos años, Spike se daba cuenta de que, para él, el deporte no iba a ser profesión. Menudo, bajito y flaco, la complexión del futuro cineasta espantaba sus sueños deportivos. Más guerrero que poeta, más comprometido e intenso que fino estilista, más como acabaría siendo su cine, Spike acabó por ser mejor observador que jugador. Pero hijo de su tiempo y su ciudad, sus primeros ídolos no fueron ni Kurosawa, ni Sean Connery, ni Sidney Poitier, sino dos jugadores que representan lo mejor de las dos almas del baloncesto neoyorquino: Walter Frazier y Dean Meminger.
Para Lee, Walter Clyde Frazier es el emblema y guía de los Knicks que ganaron sus primeros y únicos anillos en 1970 y 1973, de la única época exitosa del Madison Square Garden en la NBA. Mientras, Meminger, jugador de la segunda línea de aquellos Knicks, representa para Spike Lee la esencia del baloncesto callejero neoyorquino, del que el cineasta es nacionalista militante. Dean The Dream Meminger, curtido en los playgrounds de Harlem, cuenta con todos los atributos del jugador newyorker que Lee tiene en su cabeza. Inteligente, buen defensor y con gran manejo de la pelota.
Uniendo este background, el del fanático de los Knicks de Frazier, el del amante desbocado de los playgrounds de Nueva York, el del niño de Cobble Hill, es donde se encuentra el Spike Lee que llega a la cancha de Coney Island en 1997. Tras debutar en el cine con Nola Darling en 1986 y retratar la vida de Brooklyn con Do the Right Thing, Clockers, Crooklyn o Jungle Fever, Lee todavía no había completado por aquel entonces su cuadro de Brooklyn. Faltaba, todavía, el baloncesto.
El camino de Denzel
En las estribaciones del Bronx y tres años antes que Spike Lee, nacía Denzel Hayes Washington, criado en un Mount Vernon donde se fue ganando con el tiempo la reputación de buen jugador en los playgrounds de la ciudad. Otro que, como Meminger, venía cortado por el patrón que Spike Lee dibuja del jugador neoyorquino: buen defensor, buen físico, buen manejo del balón.
A mediados de los 70 y gracias a dicha reputación, Denzel Washington pudo hacerse un hueco en el segundo equipo de Fordham University, a donde llega para estudiar teatro y periodismo. En esta universidad del Bronx, el de Mount Vernon sigue mostrando la reputación que lo acompaña, así como una mecánica de tiro muy funky de la que luego hará gala en He Got Game. Y su entrenador, un tal P.J. Carlesimo que debuta aquellos en los banquillos, lo definiría años después como un buen jugador, “mejor que el 95% de los estudiantes de aquella época”.
Tras Fordham, Washington comenzó su carrera en el teatro y televisión, saltó a la fama en los 80 con Grita Libertad y Glory y, ya en la siguiente década, conoce a Spike Lee, el otro afroamericano ilustre de Nueva York. Mo’ Better Blues es su primer trabajo juntos y en 1992 Denzel Washington se convierte en el Malcolm X del director de Brooklyn. Así, para He Got Game, Spike Lee no tuvo que buscar muy lejos para encontrar a Jake Shuttlesworth. Éste no podía ser otro que su amigo y compatriota neoyorquino, curtido en los playgrounds de Mount Vernon, exjugador de Fordham y proscrito por Spike Lee por hacerse un habitual en el pie de pista de los Lakers: Denzel Washington. Sus dos caminos se unían en Coney Island. Faltaba, ya solo, uno.
El camino de Stephon
En el libro de Best Seat in the House, unas memorias baloncestísticas de Spike Lee publicadas poco antes de la grabación de He Got Game, Spike Lee hace un repaso de la historia del baloncesto neoyorquino desde su particular punto de vista. Un relato que comienza en Jabbar, Earl Mannigault, Dean Meminger y va pasando por diferentes nombres propios hasta llegar a un lugar y una familia: los Marbury de Coney Island.
Fascinado por la capacidad de esta zona para generar tal cantidad de talento para la NBA —Lance Stephenson, Isaiah Whitehead y Sebastian Telfair, primo de los Marbury, también vienen de Coney Island—; Spike Lee trata en profundidad la historia de Don Marbury y sus hijos. Exjugador de baloncesto aficionado, Don, el padre, intentó crear con su prole una saga de superjugadores de baloncesto. El proyecto, por exigencias o expectativas o ensoñaciones desmedidas, no salió del todo bien. Al menos, hasta que llegó Stephon, el sexto hijo.
Catalogado desde joven como uno de los mejores jugadores de la ciudad y llamado a ser el siguiente gran base neoyorquino, Marbury fue la gran estrella de Coney Island, del instituto Abraham Lincoln —en el que también juega Jesus Shuttlesworth en He Got Game—, de la universidad Georgia Tech y, desde su llegada a la NBA en 1996, de los Minnesota Timberwolves. Y por razones obvias, cuando se supo que Spike Lee buscaba a un jugador real para protagonizar su película, Stephon Marbury y Jesus Shuttlesworth parecían hechos el uno para el otro. Hasta que el guión, como con la canasta de Denzel Washington que puso el 1-0, toma también un giro inesperado.
Según uno de los relatos, el agente de Marbury, el mismo que el de su compañero en Minnesota Kevin Garnett, decide que la condición para que sus dos representados acudan a la audición de He Got Game es que se le garantice el papel a uno de los dos. La producción, al parecer, se niega y aquí se acaba la historia. Sin embargo, hace unos meses, en una entrevista para The Undefeated, Marbury otorgaba su propia versión. Todavía convencido hoy en día de que la película de He Got Game trata sobre su propia vida, algo que Spike Lee siempre ha negado, Stephon afirma que no necesitaba realizar una audición para hacer de él mismo. Y por eso, explica, no la hizo.
Sea como fuere, sin audición no hubo papel para Marbury y, después de que se pensase en Felipe Lopez, Tracy McGrady y Allen Iverson, después de que Kobe Bryant se apartase de la carrera por el papel para centrarse en entrenar durante el verano de 1997, el rol de Jesus Shuttlesworth se fue a las antípodas de Marbury y de Coney Island. A las manos del hijo de un militar nacido en California, criado entre Inglattera, Alemania y Oklahoma y que acabó por sorprender a propios y extraños con sus dotes actorales: Ray Allen.
Con este giro del destino, Marbury y Allen cruzaron por segunda vez sus vidas, después de que en el Draft de 1996 Milwauwee Bucks traspasase su elección número cuatro, Stephon Marbury, por un pick de primera ronda y la elección número cinco de Minnesota Timberwolves. Otra vez, Ray Allen.
Cosas de la vida, por falta de suerte o de pericia o de consejo, Marbury acabó por caminar las veredas erróneas en las que Allen siempre pareció tomar la dirección correcta. Dos veces campeón de la NBA, diez veces All-Star y miembro del Hall of Fame, la carrera de Allen fue tan estable como descendente, en cierto modo, fue la de Marbury. Entre pequeños bajones, caídas y caídas libres, el guión, para Marbury, se rompió. Igual que acaba de hacer Denzel Washington, que acaba de poner el 3-1 para Jake Shuttlesworth en el playground de Coney Island con el triple más funky de la historia del cine.
Para saber cómo acaba, nada mejor que ver la película.
Fernando Mahía es periodista y colabora con Líbero, Luzes, Panenka o CTXT, y en sus historias busca unir el deporte y los viajes con temas sociales. Este espacio de Fernando en nbamaniacs pretende ser un viaje por la cultura de EE.UU. a través del baloncesto. Puedes leer otros artículos de él en la serie ‘América’.
(Fotografía de portada de Vince Bucci/Getty Images).