La ciudad de Cleveland no estaba en el radar de la NBA a pesar de la política aperturista implantada por el comisionado Walter Kennedy durante la década de los 60. Entre 1966 y 1968, hasta cinco nuevos equipos se unieron a la competición: Chicago Bulls, San Diego Rockets, Seattle Supersonics, Milwaukee Bucks y Phoenix Suns. Sin embargo, el estado de Ohio nunca había sido próspero para el baloncesto previo y el historial previo en NBL y BAA confirmaba esta premisa. Eran otros tiempos, por supuesto, pero nadie había vuelto a apostar por ello desde entonces. Hasta que apareció Nick Mileti.
Mientras Larry O’Brien trabajaba como Director General del Servicio Postal de los Estados Unidos en el gabinete del presidente Lyndon B. Johnson y un jovencísimo y recién graduado David Stern se unía al bufete de abogados que representaba la NBA, Mileti acumulaba méritos para convertirse en una de las personas más influyentes de Cleveland gracias a sus inversiones y un acomodado puesto como abogado.
Durante gran parte de la década de los 70 fue uno de los hombres más poderosos de la ciudad tras convertirse en el máximo propietario de los Barons, los Crusaders, los Indians y dueño de dos de las principales radios del territorio, que utilizaba como escaparate para sus equipos. Las numerosas deudas derrumbarían sus inversiones en poco tiempo, pero mientras protagonizó un férreo monopolio deportivo en el estado de Ohio. El principal ‘golpe’ impulsor de su imperio tuvo lugar en 1968.
Ese año, dos nuevas franquicias (Milwaukee Bucks y Phoenix Suns) debutaban en la NBA y el comisionado Walter Kennedy anunció su intención de incorporar a otras cuatro en un futuro muy próximo. Tanto que solo dos años separaría a ambas expansiones. Esta puerta se presentó frente al abogado con luces de neón y un cartel de bienvenida. Una oportunidad que no podía dejar pasar y que había aterrizado en un momento inmejorable. Recientemente había cerrado una gran operación al hacerse con unos Barons sumidos en la bancarrota, así como el hogar del equipo, el Cleveland Arena.
Nick contó desde el inicio con una ventaja considerable con el resto de competidores. Mientras que los grupos inversores de las otras ciudades agraciadas (Buffalo, San Diego y Portland) tuvieron que mover sus hilos para negociar con los propietarios de los distintos pabellones del lugar, Mileti tan solo tuvo que trasladar a la NBA su disponibilidad absoluta para garantizar los 41 partidos como local que disputaría el nuevo equipo, así como lo de los posibles enfrentamientos de playoffs de darse el caso.
Convencer a potenciales inversores tampoco fue difícil. Muchos empresarios quisieron subirse al carro de Mileti y su creciente influencia en la ciudad. Este conglomerado accionista no tuvo grandes problemas en reunir los 3,7 millones de dólares necesarios para que la NBA diera el visto bueno y otorgara a la ciudad de Cleveland su primer equipo profesional de baloncesto desde que los Rebels lo lograran en la BAA dos décadas atrás.
Inmediatamente, la portada del The Plain Dealer se hizo eco de la noticia e incorporó una pequeña nota a modo de llamamiento popular: “El nuevo equipo busca nombre. Envía tu propuesta”. El concurso público también fue anunciado por la emisora WWWE.
Jerry Tomko, nativo de la pequeña ciudad de Eastlake, iba de camino a recoger a su esposa del trabajo cuando escuchó el anuncio en la radio. Mientras esperaba, sentado en el asiento delantero de su camioneta Toyota, sacó un lápiz y una hoja de papel y expuso su idea. Su boceto incluía el dibujo de un espadachín y un nombre: Cavaliers. “Representa a un grupo de hombres intrépidos y valientes, cuyo pacto de vida nunca se detuvo. Nunca se rindieron, pese a las dificultades”. Y lo presentó. La propuesta fue elegida por Mileti entre un total de 11.000 recibidas. Los otro cuatro finalistas respondieron al nombre de ‘Jays’, ‘Foresters’, ‘Towers’ y ‘Presidents’.
Para celebrarlo, Tomko y su esposa, Donna, fueron a celebrarlo en un elegante restaurante situado en Euclid. Pero una semana antes de que comenzara la temporada, la pareja todavía no había recibido los abonos de temporada que se les había prometido. Tomko fue en numerosas ocasiones al Cleveland Arena para averiguar el motivo, pero siempre recibió respuestas evasivas. En una ocasión se cruzo con Mileti, a quien le propuso sustituir los abonos por una pelota firmada por el equipo. El propietario aceptó el cambio, pero Tomko nunca recibió nada. “Es una gran historia. Pero es su historia”, relataría Mileti décadas después tras afirmar que ni siquiera recordaba al hombre que bautizó a su equipo. Una historia tan larga que no sería resuelta por la franquicia hasta 2010, cuando, finalmente, Tomko fue obsequiado con un balón firmado por todos los componentes del roster de Ohio.
Para poner en marcha su proyecto deportivo, Mileti depositó toda su confianza en un viejo conocido. El propietario se había graduado en la Bowling Green State University en 1953. Desde entonces mantuvo un fuerte vínculo con el centro educativo, hasta el punto de convertirse en el presidente de la asociación de antiguos alumnos, abriendo las puertas del Cleveland Arena para la disputa de varios partidos de los Falcons. Allí conocería a Bill Fitch, quien entrenó al equipo durante la temporada 1967-68. Cuando Walter Kennedy le confirmó que los Cavaliers formarían parte de la NBA, Mileti pensó inmediatamente en él y le otorgó plenos poderes. Tanto, que durante su mandato de diez años, Fitch sería el head coach durante los 756 partidos disputados por la franquicia hasta 1979 y general manager durante seis años.
Como era de esperar, los resultados iniciales no fueron buenos. La temporada de debut se saldó con un balance de tan solo 15 victorias pero con destellos lo suficientemente visibles como para ser optimista. La selección de John Johnson en el draft de 1970 –el draft de expansión no aportó ningún jugador potable más allá de Bingo Smith–, la de Austin Carr en 1971 y la contratación de un veterano Lenny Wilkins apenas un año después regaló a los de Ohio los primeros tres All-Star en la historia de la franquicia.
La franquicia se mudó al Richfield Coliseum en 1974. Mileti lideró su construcción convencido de la necesidad de la franquicia de adaptarse a los nuevos tiempos y ante la evidente obsolescencia del antiguo Cleveland Arena. También sería el hogar de los Crusaders de la WHA de hockey, quienes también pertenecían al magnate tras haber ‘jubilado’ a los Barons. Sería en este escenario donde los Cavaliers vivirían uno de los episodios más gloriosos de su, hasta entones, breve odisea.
La llegada de Nate Thurmond para la temporada 1975-76 revolucionó el equipo pese a contar ya con 34 primaveras. Nativo de Akron, el pívot fortificó el juego interior y se erigió como el pegamento de la plantilla. La afición se subió al carro y el equipo respondió con un balance de 49 victorias, el título de la División Central y su primera clasificación para unos playoffs. En primera ronda se impusieron a los Washington Bullets por un ajustadísimo 4-3. La serie no se decidió hasta los instantes finales con una bandeja de Dick Snyder que se coló en la red tras unos eternos segundos. Aquella escena sería bautizada como ‘El Milagro de Richfield’. En Finales de Conferencia, los Cavaliers caerían eliminados por Boston, a la postre campeones en aquella edición.
Los de Ohio tendrían que esperar hasta 1992 antes de regresar a unas Finales de Conferencia. Para entonces ya no estaban presentes los Carr, Smith, Thurmond, Snyder, Mileti y compañía. Pero sí Lenny Wilkens, en calidad de entrenador. La caída del propietario fue todavía más veloz que su ascenso. En 1980, su imperio deportivo se había reducido a cenizas. Todos los equipos que habían estado bajo su mandato estaban ahora en manos de otros propietarios, habían sido desmantelados o reubicados en otra ciudad. Las deudas se agolpaban sobre su puerta y la construcción del Richfield Coliseum lo había empujado al borde de la bancarrota. Ese mismo año vendía la franquicia al díscolo y controvertido Tep Stepien y emprendió varias inversiones en Las Vegas y California.
Para suerte de los Cavaliers, la estancia de Stepien se redujo a tres años. Nada más comprar el equipo quiso cambiar el nombre por el de Ohio Cavaliers con el fin de disputar los partidos en diferentes sedes del estado, así como en Buffalo, Nueva York o Pensilvania, pero la NBA se lo negó. Posteriormente protagonizaría una serie de movimientos tan nefastos que obligó a la competición a poner cartas en el asunto y aprobar la Ted Stepien Rule. Por si fuera poco, la asistencia media en el Richfield Coliseum cayó hasta las 3.900 entradas con un aforo superior a las 20.000 localidades.
Por suerte, los hermanos Grund, George y Gordon, intercedieron a tiempo, justo cuando Stepien, catalogado como el ‘peor propietario de todos los tiempos’, amenazaba con trasladar la franquicia a Toronto, en un amago de operación que tampoco recibió el visto bueno de la NBA. Así, la cordura regresó a los despachos de Cleveland y los Cavaliers dieron paso a un proceso de estabilidad que, con sus claros y sus lagunas, se ha mantenido hasta nuestros días. Por el camino, un tal LeBron James se encargó de hacer historia y regalar el primer campeonato de su historia a Cleveland.
Anterior entrega: Boston Celtics. La serie completa aquí.
(Fotografía de portada de Jason Miller/Getty Images)