El entrenamiento había terminado. Sudando, satisfecho, casi histérico, conteniendo una emoción que bailaba sevillanas en su interior, la mente de Jerry se puso a funcionar. A idear un plan de ataque maestro. Lo que acababa de presenciar le obligaba a encontrar su ingeniería mental más refinada. En media hora de práctica había tenido suficiente: aquel desgarbado cachorro sería el gran robo del draft de 1996. Puede que hasta una futura estrella de la Liga. No tenía dudas. Y ese era un alto secreto que no osaría compartir con casi nadie fuera de la organización.
Encontrado el nuevo niño de sus ojos, tenía que avivar una operación para que aquel nuevo jugador especial, Kobe Bryant, fuera a parar a los Lakers.
La organización angelina tenía derechos sobre la elección 24 en aquel certamen. Propiedad demasiado alta para esperar que Kobe cayera tantos lugares. Por mucho que llegase desde el instituto (Lower Merion, Philadelphia) o que muchas franquicias con elecciones de lotería desconfiaran de su cobra a la universidad, el talento puro no se precipitaba tan abajo en el draft.
A Jerry (West) le tocaba invocar su desembarco de Normandía. Una maniobra magistral que sirviera para que Kobe Bryant vistiera el púrpura y oro hasta que le vistieran las canas. Y West estaba dispuesto a tirar la casa por la ventana para accionarlo todo. Hubiera dado a cualquier jugador de la entonces plantilla angelina (Eddie Jones, Nick Van Exel, Cedric Ceballos, Vlade Divac…) para tejer su jugada con éxito. Suponía demasiado riesgo dejar correr el contador de picks hasta el número 24. Kobe podía escaparse y un alto mando veterano como él no iba a permitirlo de ningún modo.
Los Lakers se pusieron a trabajar a destajo, de incógnito, con alcance subterráneo e imaginando un millón de bocetos, de posibilidades. Sería, finalmente, Vlade Divac el fardo elegido por Jerry West para tratar de canjear un lugar más limpio dentro del draft de 1996. Para obtener a Kobe Bryant.