Creo que jamás he visto a una afición tan de luto por la marcha de un jugador como la parroquia celtic con el adiós de Marcus Smart. No debería de extrañar tal penitencia viniendo de quienes más enaltecen la identidad y la pertenencia como valores irrenunciables. Aquellos principios sobre los que Red Auerbach construyó una dinastía y tres cuartos y que llega a nuestros días algo así como un “mejor caer con los míos que vencer a toda costa”. Y en ese mar lacrimógeno y verde, Javier R. Rodríguez sirve siempre como brújula. Aunque el rumbo que marca lleve a una deriva aún mayor.
El Despacho Celtics y su creador hace tiempo que representan la voz editorial de la afición de los de Boston. Al menos de la que se encuentra fuera de la propia Boston y habla la lengua de Cervantes o Cortázar o García Márquez. Sus artículos son prácticamente editoriales del simpatizante celtic y su humor “son unos paquetes, pero son nuestros paquetes” ya son santo y seña de la cultura que rodea al equipo de los diecisiete anillos. Al de la costa este quiero decir.
“Brad Stevens ha traspasado en menos de dos meses a Marcus Smart y Robert Williams, nos encontramos sin extremidades, habla, vista, oído, gusto y olfato”, arranca el último texto de Javi. Que no levanta el ánimo en ningún momento de ahí en adelante. Solo deja una pequeña rendija abierta en el último párrafo para intuir que sí, que quizás ahora sean mejor equipo ¿Pero y eso qué importa?
Más allá de lo emocional
Bien, vamos ahora con el burdo, frío y despreciable pragmatismo. El cambio, más allá de la profundidad perdida por el camino, es un ‘posición por posición’. O, como impera en las normas del baloncesto de hoy, perfil por perfil. Holiday y Smart son bases, pero ambos agradecen no ser los jugadores que lleven el timón del equipo en cada jugada. Además, son consumados especialistas defensivos, encomiados a la defensa de la estrella rival noche tras noche y excelsos cuando les toca quedar parados lejos del balón o ante jugadores de mayor peso, tamaño y envergadura.
No obstante, más allá de estas similitudes, existe una miríada de matices. A pesar de no haber desarrollado la totalidad de su carrera como el clásico playmaker, Jrue sí ha demostrado estar más que capacitado para asumir ese rol. Cosa que Smart no, ya sea por la desconfianza de sus técnicos, el reparto de roles ofensivos de sus equipos o sus propias limitaciones. De hecho, viene de la que seguramente haya sido la mejor temporada regular de su carrera ejerciendo como tal durante la mayoría de encuentros en ausencia de Middleton o con el escolta aún mermado físicamente.
Quizás la memoria reciente, la única que parece existir en el deporte de élite, le castigue por su papel en la debacle ante Miami. Asunto en el que cabe recalcar dos cosas. El primero, que el partido que ganan los Bucks es una exhibición de Holiday alimentando el juego interior en ausencia de Giannis. Lo segundo, que los cortocircuitos ofensivos de Milwaukee bebieron mayormente de poner el balón en las manos de Antetokounmpo alejado del aro y sin plan aparente más allá de la finalización del griego por lo civil o lo criminal. Claro que el base tiene su parte de culpa y que se mostró incapaz en muchos momentos marcando a Jimmy Butler, pero esto no debería pesar demasiado en el análisis general.
Por tercer año consecutivo el ya ex de Milwaukee ha incrementado sus lanzamientos tras bote sin bajar del 38% en triples después de dribbling. A estas alturas, pasarle un bloqueo por detrás supone un suicidio que suele castigar. Además, se ha especializado en el arte del triple en transición, anotando el 45% de sus intentos en los primeros seis segundos de posesión. La llegada de Derrick White y el paso de adelante de Smart al ‘uno’ alimentaron un contraataque hasta hace un par de cursos inexistente, pero la llegada de Holiday debería catapultar la transición ofensiva de Boston hasta el top diez en frecuencia y efectividad.
Un director inédito en Massachussets
Yendo al ataque a media pista, en Milwaukee Holiday se ha convertido en uno de los mejores jugadores de la liga en secuencias de bloqueo directo, generando un punto por posesión en acciones finalizadas con tiro (percentil 79). Y es que en la etapa Stevens, ya sea como entrenador o general manager, Boston no ha contado con un base que cubra tanto espectro desde el juego de pares como lo hace Jrue.
Irving y Thomas eran grandes anotadores en estas lides, pero rara vez afrontaban la acción con la idea de buscar la solución involucrando a sus compañeros. Lo mismo sucede con Brown y Tatum, aunque el segundo sí ha experimentado una notable evolución castigando los desajustes defensivos que él mismo genera. Smart y White vienen de dos temporadas notables ahí, pero de volumen reducido.
A estos efectos, Holiday es un multiplicador de todo lo que rodea al pick and roll. Sobre todo porque su mayor virtud no es alimentar al jugador que sitúa la pantalla, sino castigar los desajustes que emanan de esa primera ventaja. Los Celtics son un conjunto que insiste mucho en acciones de bloqueo entre exteriores para generar missmatches o las ya famosas pantallas fantasmas donde el que acude a bloquear simplemente amaga para ocupar una posición abierta cerca del manejador para generar dudas defensivas. Jrue es uno de los mejores bases de la liga leyendo estos desequilibrios momentáneos desde el ya mencionado triple tras bote o desde el pase. Precisamente uno de los debes de los Bucks está en no haber explotado al máximo su conexión con Giannis, ya que una vez el base tocaba pintura y el griego partía desde el lado débil, resultaba una combinación mortífera.
Boston le regala a Holiday un sistema en el que sus anotadores no tienen ningún problema en llegar a los puntos sin balón, aunque necesiten una notable cuota del mismo. Y ahí, Jrue también ofrece grandes bloqueos directos e indirectos que remata con su amenaza en el tiro a pies parados (45% de acierto el pasado curso). Pero, sobre todo, a los Celtics llega un elemento conciliador en momentos donde el balón quema. A menudo, la resolución en el clutch de Boston era un calco de la versión que mostraba Marcus Smart. Resolutiva cuando el base estaba con la bombilla encendida y caótica cuando llegaba a esos instantes con la mecha prendida.
Esta ha sido la piedra con la que el equipo, ya sea bajo el mando de Stevens, Udoka o Mazzulla, más ha tropezado en tiempos recientes. Ahora no sólo han restado un factor azaroso como Smart, sino que suman a un tipo que viene de promediar 2,7 puntos y 0,7 asistencias con un 50% de acierto en tiros de campo y 47% en triples en estas tesituras. Estos fueron los números de los jugadores de Boston en el clutch el curso pasado:
Evidentemente, todo esto solo es el resultado de poner en números lo que resulta evidente al ojo: Holiday es bastante mejor jugador y creador primario o secundario que Marcus Smart. Aparte de representar un impacto defensivo, como mínimo, igual que el de el jugador de los Grizzlies.
Regreso a lo emocional
La única pega que podría hallar el traspaso sobre el papel es la de las vísceras. En un conjunto que se viste por los pies de los Jays, nunca hubo duda de quién era el líder espiritual de ese vestuario. Con la repercusión que conlleva en cancha. Y el volcánico carácter y excentricidad de Smart ahora encuentra la absoluta calma en su lugar. Holiday es un jugador impasible, el estilete defensivo más silencioso que existió, pues se sabe que Duncan mascullaba pequeñas puyas entre dientes. Como dijo Gonzalo Vázquez “Jrue Holiday es Gary Payton con la boca cerrada”.
Si en Smart todo es grito, aspaviento y euforia que hacen las veces de gasolina para su incendiaria defensa, en Holiday no cabe siquiera el cambio de semblante. El Garden ya no celebrará entre la alegría y la sorna las acciones en las que el silbato cae en las simulaciones de uno de los mejores actores de la liga. Tendrá que acostumbrarse a un tipo tan frío (y duro) como el metal. Actitud que seguramente le haya costado varias presencias en mejores quintetos defensivos o consideraciones a mejor defensor del año cuando ha sido el mayor bastión defensivo que encuentra el perímetro en la última década.
El abismo entre ambas personalidades, más en la posición usualmente dueña del orden, obliga a un cambio drástico en la naturaleza del equipo. Los Boston Celtics ya no serán lo que hemos conocido hasta ahora. Y, a pesar del dolor del aficionado de la franquicia, evolucionar es sano. Aunque sea dejando atrás lo que tanto se quiso.
(Fotografía de portada de Stacy Revere/Getty Images)