Inflación, tasas y coste de la vida a un lado, los salarios de los jugadores de la NBA –fruto de un deporte cada vez más global, con mayor número de seguidores, mejor marketing y divulgación y donde el peaje por controlar su difusión se dispara– crecen cada vez más.
Lo que ayer era un contrato tóxico, cinco años después se ha transformado en una losa más que aceptable.
El crecimiento anual del salary cap es un insulto al IPC; una burbuja que de momento no toca techo y donde casi todos (menos nosotros) obtienen un trozo del pastel: rol players asentados en la medianería cierran acuerdos por 15-20 millones brutos la temporada, mientras el mopero que seca el sudor del parquet se embolsa una media de 80.000 dólares anuales.
Un eslogan para ricos: «No inviertas en real state… ¡Compra una franquicia NBA y véndela por diez veces más!»