Poco más que decir que no se haya dicho ya. Estos Warriors son leyenda, son una dinastía ganada con el peso del pasado y del presente. Un presente que les coloca como campeones de las Finales 2018. Y un pasado que nos hace volver la mirada a 2017 y a 2015. Tres anillos en cuatro años, con la pausa de 2016. Cuarto equipo en conseguirlo, después de los Celtics, de los Lakers y de los Bulls. Golden State está a la altura de los mejores. Porque ahora mismo son los mejores.
Barrieron los Warriors a los Cavaliers, 4-0, tercer equipo en la historia que consigue un back to back concediendo una sola derrota en las dos Finales. Ganaron por 23 puntos (85-108), la mayor diferencia en un partido donde está en juego el anillo. Desde 2007 no registraban las Finales un 4-0. También en Cleveland, también con LeBron James en pista. Entonces, el verdugo de El Rey fue San Antonio.
Esta noche, en una continuación de lo que han sido las Finales, los verdugos fueron todos los Warriors. Imponentes, imposibles de doblegar. Hubo abucheos por momentos a los Cavaliers, de su propia gente, en el Quicken Loans Arena. Eran injustos, porque Golden State, lo diseñado por Steve Kerr, es un plantel inabarcable. Kevin Durant, segundo MVP de las Finales para él, segundo anillo. Todo con los Warriors. Finales coronadas con un triple-doble en el Game 4, el primero de su carrera en playoffs; Stephen Curry, sin MVP de las Finales, el que le faltaba, el que le falta, pero igualmente necesario, esencial, imprescindible, único. Y tres anillos para él. Los mismos que LeBron, cansado, impotente, fuera del partido cuando quedaban 4 minutos. Y directo a los vestuarios cuando sonó el bocinazo final. El protagonismo, que será suyo en los próximos días, a vueltas todos con su futuro, hoy era de otros, incluso aunque estuviéramos, seguramente, ante el último partido de LeBron con la camiseta de los Cavs. Hizo lo que pudo, guio a un equipo muy limitado en muchas cosas a unas Finales. Y ahí batalló.
Los Warriors arrasan en el ‘Game 4’
No tenían prisa los Warriors por romper el duelo. El plan parecía pasar por liderarlo, tomar la batuta pronto y jugar con el ánimo, bajo y escaso, de su rival. Cleveland estaba deprimido desde el salto inicial, como lo estaba la atmósfera. Incluso así, supieron aguantar una mitad, más o menos. Incapaces de hacer valer su dominio en el rebote ofensivo, fallones en los tiros libres, con LeBron en plan humano… pero vivos. A impulsos incluso se colocaron por delante en el segundo cuarto. Tras el 25-34 del primero, Cavs y Warriors entraron en un intercambio de canastas mediado el segundo cuarto que fue de lo más vistoso y competitivo de la velada. Ahí creímos que había noche.
Otra vez el tercer cuarto
Pero no. Incluso con unos depresivos Cavaliers, el choque llegó al descanso con vida. Con malas sensaciones para los locales, que hacían de todo lo que podían e iban 52-61 por debajo, pero vivos. O eso parecía. Quizá era una ilusión, porque otra vez un formidable tercer cuarto de los Warriors sentenció todo. Era lo que le faltaba a Cleveland, por si no llevaba ya suficiente dolor. Un tanteo de 13-25 y 65-86 con 12 minutos por jugarse.
Y ahí no pasó nada. Suponemos que dolor para los aficionados de Cleveland y gloriosa espera para los Warriors. LeBron pidió el cambio con cuatro minutos por jugarse. Saludó a todos, compañeros y rivales, y se sentó al fondo del banquillo. Su momento ya llegará. Era el turno descontar segundos, de los minutos de la basura, tan poco comunes en un partido con el anillo en juego. Ni Curry, ni Durant ni compañía estaban sobre la pista cuando los Warriors certificaban su sexto anillo de la historia. Hasta para eso van sobrados. A los éxitos de 1947, 1956, 1975, 2015 y 2017, se les une ahora este anillo, inapelable, incontestable. Suyo es el presente. Y suyo es el derecho a ser llamados, estos Warriors, uno de los mejores equipos que ha dado la NBA. Porque lo son.