El miércoles de la semana pasada, poco despúes de que Rajon Rondo respondiera a la dura falta de Kris Humphries sobre Kevin Garnett con fogonazos de rabia y puñetazos, se inició una segunda pelea, ésta de más envergadura si cabe, entre los fans que la NBA tiene repatrtidos en todo el mundo: ¿compensa tener a la voluble estrella de los Celtics con todos los problemas que ésta lleva consigo?
Es la tercera vez que suspenden a Rondo en 10 meses. El triunvirato se inició lanzando el balón a un árbitro la temporada pasada, continuó con un conato de contacto físico también con otro árbitro durante los pasados Playoffs, y termina con esta última bronca en completo desarrollo con un jugador que acabó arañado y golpeado en las primeras filas de detrás de la canasta.
Que Rajon Rondo es un talento baloncestístico extraordinario nadie lo puede poner en duda. Un magnífico playmaker que, tras superar el récord de John Stockton, hubiera acabado con el de Magic Johnson de partidos consecutivos con diez o más asistencias, de no ser por su propia estupidez. Pero sus arrebatos, su mal genio y los ya reveladores signos que dentro de sí hay como poco el mismo (sino más) ego que talento (y el inevitable interrogante que se genera de si entonces el jugador vale la pena), continúan siendo algo difícil de comprender.
Con Garnett y Paul Pierce encarando la recta final de sus carreras, los Celtics más pronto que tarde deberán tomar la decisión de si quieren que esta impredecible fuerza sea su líder (y jugador-franquicia) en los cursos venideros o si, por el contrario, prefieren que sea la preocupación de otros.
Y la respuesta no es nada fácil, pues va mucho más allá de lo que la mayoría de nosotros veamos desde la distancia.
No es tan simple asegurar si los problemas que conlleva hacen merecer al Rondo jugador; o convencerse de la idea de que ir a por Humphries fue, en realidad, un símbolo de lealtad de un jugador que se pone al equipo a la espalda o hasta en los puños si conviene. Nada fácil es decir que habría que desprenderse de él, que nadie merece tanto drama; o por el contrario, tampoco argumentar que construir a largo plazo a su alrededor sea un error.
La cuestión que debe hacerse, primero, es si lo que pasó hace poco más de una semana en Boston con Kris Humphries refleja la lealtad de Rondo con su equipo o nada más que su propio ego. El head coach Doc Rivers y el General Manager Danny Ainge son los que deberán definir el escenario y tomar la última decisión, no en vano tan solo ellos están en una buena posición para poder sonsacar solamente lo mejor de Rondo del propio Rondo, o, de resultar esto imposible, decidir si merece la pena o no aprender a convivir con lo peor.
El talento no es fácil de dirigir, o, a menudo, de tasar. Pues el valor del talento puede difuminar la realidad de la persona que hay detrás de él. Que Rajon Rondo es un jugador soberbio es una realidad. ¿Un buen compañero?, ¿un buen chico?… ¿la persona idónea para poner en la trinchera cuando las bombas empiezan a caer? Eso ya es más difícil de saber. Puede que sea todas esas cosas. O puede que ninguna de ellas.
No sucede solo con el baloncesto. Cualquier organización, del tipo que sea, que dirija talento, pasará por situaciones en las que deberá saber sopesar las contibuciones de una estrella, al lado de sus riesgos, sus autoengaños, su narcisismo y su egoísmo. La política, los medios de comunicación, las grandes corporaciones, la indústria de la música, la del cine y, por supuesto, el deporte profesional, son a menudo excusas a largo plazo para saciar el propio ego por delante de intereses en común.
Así que quizá para valorar si esta última pelea de Rondo justifica que los Celtics se comprometan con él a largo plazo o, al contrario, se desprendan de él ahora que su precio de mercado es muy alto, habrá que considerar quizá más las particularidades del Rondo persona que las excelencias del Rondo jugador.
Si estamos realmente ante un jugador de equipo, un tipo que fue a por Kris Humphries porque sintió que su grupo estaba siendo atacado y su propia y profunda lealtad para con un compañero de equipo le hizo meterse en el embrollo de la forma en la que se metió, entonces sí, estamos ante materia prima. Su equipo le importa y se mete en broncas por las razones correctas. Hagánle, entonces, el pilar sobre el que edificar el próximo lustro verde.
Pero si sus anteriores altercados con árbitros NBA (momentos en los que, honestamente, parecía que veíamos a alguien más necesitado de sentirse superior sobre quin imparte justicia que de liderar a su equipo) explican mejor qué tipo de persona es; si sus problemas de relación con el management de la franquicia no son sobre los propios Celtics y sí sobre cómo sacar más rédito al mito que con su juego está generando; o si, al final, se trata de uno de los mejores jugadores pero de las peores personas sobre la tierra… bien, entonces la cosa cambia, y no hay mejor opción que deshacerse de ese gran talento. Tan grande como tóxico.
El éxito cambia a las personas. Aunque a menudo éstas encuentran el camino correcto de nuevo cuando se enfrentan a sus propios errores. Pero el éxito también suele ocultar quiénes son, en realidad, dichas personas.
Saber si tener a Rajon Rondo compensa o no en cuanto a asumir la problemática derivada de su personalidad es una pregunta que, al final, queda lejos del mismo baloncesto. Todos esos contínuos arranques sugieren preguntarse: ¿quién es, en realidad, Rajon Rondo?, ¿cómo es cuando se apagan los focos de la NBA?, ¿qué es lo que realmente le importa?
En estos casos, solamente los que más cerca están de este tipo de carácteres, los que saborean los éxitos pero, sobretodo, ayudan en los fracasos, o los que se mantienen siempre fieles a uno a pesar de los errores o la hipocresía… están capacitados para responder. Lo que, en este caso, significa que la decisión recae, únicamente, en los Boston Celtics.