Buss & Kupchak: augures sin futuro… por su pasado

En la madrugada del lunes, en el acuerdo de mayor calado desde que el pasado verano Kevin Durant nos rompiera los esquemas a todos fichando por Golden State Warriors, DeMarcus Cousins era traspasado a New Orleans. Pudo haber sido a Los Angeles Lakers, la otra alternativa, pero finalmente fue a los Pelicans. Una más. Ya duele menos. El aficionado angelino hiede —más se acostumbra— a resignación.

El trueque entre franquicias californianas no cuajó porque en Sacramento pedían (exigían) a Brandon Ingram, y eso, en L.A., les pareció demasiado. Un primer año flojo, por debajo de lo esperado, no es suficiente para desprenderse del presunto boceto de aquel que hace unos meses abandonó OKC. Un Durantula o no en potencia, en los despachos del Staples ven en su número 2 del Draft 2016 un jugador tremendo por desarrollar. Presente certero por futuro incierto. En unos años veremos si diagnosticaron bien. Sería una sorpresa, digámoslo en plata. Una rareza en las últimas páginas del Diario de Bitácora de Jim Buss y Mitch Kupchak.

Expresidente deportivo y ex general manager de la segunda franquicia más laureada de la historia de la NBA. Y ello sin contar a Jeanie Buss, presidenta ejecutiva y eslabón insoslayable para dar el visto bueno a cualquier golpe de remo y giro de timón tomado en los últimos años por el dúo anterior. Huevo, aceite y vinagre que en ningún momento han conseguido ligar desde que perdieran la sal del proyecto. Con la muerte de Jerry Buss —diez títulos cincelados— se les cortó la mahonesa. Ya van camino del cuarto año de reconstrucción. Ya van directos al cuarto curso sin playoffs.

Lo que pudo ser y no fue

Hace un mes publicamos un artículo repasando precisamente la línea histórica con los hechos recientes más reseñables acaecidos en la franquicia púrpura y dorada. Ahora, si nos lo permitís, —y si no también, el daño ya está hecho— vamos a darle una vuelta de tuerca más. Bebiendo del texto de Kevin Ding, de Bleacher Report, donde ha recopilado, no sólo lo que hicieron los Lakers en sus últimos coletazos, sino también lo que, como tarifa de sus actos, dejaron de hacer.

Profundizaremos justo en eso, en el coste de oportunidad; en las decisiones deportivas y posteriores consecuencias tomadas por el dúo de arriba, y todos aquellos trenes que, por tomar los que tomaron y no otros, dejaron pasar. Un rumbo testarudo en contra de una corriente que no pocas veces le fue favorable y le invitó, sutilmente, a unirse a ella.

Gritando ¡Wilson! se hallaban los hermanos Buss y el Sr. Kupchak, cuando se les ocurrió el gran plan. Porque en pleno siglo XXI, algunos náufragos cuentan con teléfono móvil y buenas amistades. Decidieron marcar el numero de la más carismática de las que poseían. Magic Johnson al rescate.

Su rol, su poder de alcance, no estaba definido. Magic llegaba en un principio como mero adviser; un consejero. Ese amigo estupendo que tan buenas recomendaciones nos da, pero cuyo criterio no es vinculante en absoluto. Pero el point guard de los point guards no sacrificaba su jubilación y se volvía a enrolar a su antiguo destacamento con, tan sólo, la intención de proponer, sino también la de disponer.

Y del dicho al hecho, nos comemos el trecho. Magic ya ha tomado el mando de las operaciones. Trump ya no está solo como presidente insólito. El adviser, que durante un mes sería sobre todo observer, ya manda en la ciudad. No ha habido tiempo para la reválida del dúo Buss & Kupchak. Demasiado tarde, Jennie, il capo di tutti capi, disuelve la mafia 17 años después.

La paciencia de la hija de Jerry Buss había sobrepasado el borde del vaso por no dar con la repuesta al porqué. Por qué un modelo de éxito tan consolidado durante lustros, súbitamente había fracasado y le estaba costando horrores recomponerse.

Para ello, para tratar de encontrar respuestas, debemos remontarnos media docena de años atrás. Diciembre de 2011, la NBA interviene para vetar a un traspaso que involucra a varios jugadores importantes de los Lakers y a la gran estrella de los Hornets, Chris Paul. Comenzamos nuestro viaje en el tren de las oportunidades perdidas.

2011, Bynum: la obsesión de Jim (41-25)

David Stern, por aquel año todavía magnate del tinglado, se interponía en el intento de intercambio de cromos, Chris Paul a cambio de Pau Gasol y Lamar Odom, al considerar que no se daba el equilibrio suficiente. La NBA era por entonces tutor temporal de un equipo sin dueño, y dio respuesta ejecutiva a las protestas que brotaron de muchas franquicias que vieron como un abuso —favorable a los angelinos— aquel movimiento.

Sin embargo, Odom y Gasol, ambos en su prime, no fueron la primera opción de aquel boceto inconcluso. Jerry Buss había pensado en Andrew Bynum. Con sus problemas de rodillas aún por descubrir y con tan solo 24 años, Bynum amenazaba con convertirse en uno de los mejores pívots de la Liga. Fuentes de la NBA comentaron entonces que ese trueque, con Bynum y rondas del Draft, sí habría convencido al juez y parte. Pero alguien no quiso seguir el consejo de su padre. Bynum era la niña bonita de Jim, y desde el primer momento su posición fue clara: no al traspaso de su amado center.

Ni de primeras ni de últimas. Rectificar es de sabios, no de angelinos. Tras el veto de Stern al primer intento, y a pesar de la insistencia que, indican las fuentes, hubo por parte de Jerry de cambiar el paquete y ofrecer a Bynum, Jim se mantuvo inamovible en su peana. Y así permitió que sus vecinos pescaran en río revuelto.

Eric Gordon, vigente campeón del concurso de triples, se iba a los Hornets a cambio del point guard de la década. Los Angeles Clippers hacían el negocio de su vida, pues son ya seis años del base dirigiendo a los suyos a un primerísimo nivel. Cuesta recordar cuál de estas dos franquicias que comparten pabellón es, históricamente, la perdedora.

Ah… y hoy Bynum ya suma dos años sin jugar al baloncesto profesional. Sus maltrechas rodillas apenas le permitieron empezar a cumplir con su destino.

2012, el Big Four fallido (45-37)

La alineación podía haber sido Chris Paul, Kobe Bryant, Lamar Odom y Paul Gasol. Sin embargo, cambiad a Paul y Odom por Steve Nash y Dwight Howard. Sí, porque al final a Bynum lo canjearon por Howard; a priori, este sí, en un gran movimiento. El poderío aéreo del pívot de los Magic encajaba mucho mejor con el don de Nash para el pick and roll. 

Hoy suena surrealista decir que Sixers y Lakers, que se quedaban con los dos big men, fueron los menos beneficiados, y donde los Orlando Magic sí pudieron reiniciar su reconstrucción. La temporada de un Superman con problemas lumbares —y con un Nash que, también debido a las lesiones, rindió muy por debajo de su nivel— pasó sin pena ni gloria y pronto puso rumbo a los Rockets. Bynum lo mejor que conoció de Philadelphia fueron sus excepcionales boleras.

¿Y Odom? ¿Qué fue de Odom? Dolido por el intento de traspaso a los Hornets después de convertirse en el primer Laker en ganar el premio a Mejor Sexto Hombre del Año, exigió su traspaso. Fue enviado a Dallas a cambio de una primera ronda.

Mientras Bynum empezaba a desaparecer del mapa y Chris Paul se sacaba la tarjeta de socio del Mejor Quinteto de la NBA, los Lakers sufrían como nunca por colarse en playoffs, solo para ser barridos en primera ronda 4-0 por San Antonio Spurs.

2013, ¿Sacre o Whiteside? (27-55)

Tampoco podemos descargar la espada con excesiva fuerza por ese 2012 fallido. Aunque fuera arriesgado y se supiera efímero, ese cuarteto de lujo (más Metta Word Peace) sonaba muy (muuuy) bien. Mejor concederles la expiación, pues el próximo embrollo está a la vuelta de la esquina y uno no gana para disgustos ni confesores.

Howard fuera. Bryant fuera (más lesiones, sólo jugó 6 partidos). Gasol en horas bajas. Y un verano antes los Lakers habían seleccionado en el puesto 60º del Draft a Robert Sacre. Lo rápido que se nos dibuja una sonrisa en la cara al pensar en este personaje ¿cierto o no? Pues mejor borrar esa mueca e ir poniéndonos serios.

El agita-toallas, el de las celebraciones apoteósicas, el hombre más entusiasta del banquillo, el  jugador número 15. Sin duda uno de los favoritos de la afición, la cual tenía en Sacre a la reencarnación del mismísimo Bryan Scalabrine. Cada canasta suya era un festival.

Cuatro años nada menos estuvo el pívot de Gonzaga. Fue una de las apuestas personales de Jim Buss, al igual que antes lo había sido Bynum. Y, como entonces, se empecinó en el éxito de su proyecto de segunda ronda. Lo que no sabía Buss, es que hay un teorema totalmente veraz que ‘sólo permite un bombazo en el puesto 60º cada tropecientos años’. Y sus cálculos habían fallado por una sola temporada. El Draft propicio no era ese sino el siguiente. El de 2013. El de Isaiah Thomas.

Y, sin embargo, aunque la eclosión de Sacre como jugador dominante se veía venir con la misma obviedad que la Champions del Oporto en 2004, los Lakers le aseguraron, temporada tras temporada, su hueco en la plantilla. Su salario, cierto, era de los más modestos, su importancia en la rotación, escasa; pero la repercusión de su estadía en L.A. —por la obcecación y orgullo de un propietario— fue enorme.

Iremos de menos a más. Por ejemplo, garantizar el salario de Sacre impidió retener a Kent Bazemore —ya que necesitaban toda la liquidez posible para tratar de seducir a Carmelo o LeBron en la agencia libre— tras un año que dio visos de en lo que se podía convertir. Los Lakers lo tuvieron a precio de orillo. Hoy es jugador de los Atlanta Hawks por 17,5 millones al año.

Ni Melo, ni James, ni Bazemore… Sacre.

¡Ah!, ni Whiteside, porque aún quedaba un plato fuerte. Hassan Whiteside fue invitado al training camp de los Lakers en septiembre de 2014. Bajo la atenta mirada de Byron Scott, cuenta la leyenda —y las fuentes— que el pívot hizo un muy buen workout. No obstante, su asiento ya tenía bordado de antemano otro nombre en el respaldo. Sacre era el elegido.

Whiteside había sido invitado a una audición donde no importaba cómo de bestial fuera su interpretación; el papel ya se lo había cedido al capricho del productor en favor de su predilecto y poco talentoso apadrinado.

2014, repudiados (21-61)

La temporada de los resultados y de las consecuencias. La franquicia, junto con los Celtics, más mimada de la NBA, había perdido todo su encanto y atractivo para los agentes libres. Y con Kobe poco dispuesto a renunciar a un  sólo dolar de su descomunal salario —nada afín ya a su rendimiento— el margen de maniobra era escaso para ir a lo seguro. Porque lo seguro, es caro.

Así que la ‘Inversión Sacre’ sabemos que promedió 4,6 puntos en 16,9 minutos. Mientras, Pat Riley, que no se le escapa una, había acogido en sus brazos al huérfano minusvalorado, y le dio lo que necesitaba: protagonismo y minutos. Whiteside respondió con 11,8 puntos, 10 rebotes y 2,6 tapones en tan solo 23,8 minutos por partido.

En el curso siguiente, sin paliativos, un jugador que un par de años antes malvivía en la D-League, se consagraba como el mejor taponador de la NBA con 3,7 pinchos de merluza/noche. Hace unos meses, Whiteside cerraba el contrato de su vida con los Heat —98 millones—; hace 30 días, Sacre —chasco previo en Pelicans— ponía rumbo a Japón y su anónima liga.

El problema fue que continuaron sin afrontar el problema; sin asumir que realmente existía un —y gordo— problema. Buss y Kupchak aún eran de la opinión que podían seguir repantigados sobre el refrán ‘cría fama y échate a dormir’. No comprendían que su fama, su renombre, su otrora envidiable popularidad, la habían perdido hacía años. Ninguna estrella quería jugar en su lado de Hollywood.

Para volver a ganarse el favor de la agencia libre había que salir a la calle y sudar cada contrato. Recuperar el carisma, vender el producto, generar ilusión. Y todo eso no se hace desde caros sofás de cuero y áticos con cristaleras. La montaña murió esperando a su Mahoma, y ni Kobe —ni siquiera Kobe Bryant, ojo— logró seducir a LaMarcus Aldridge, quien puso pies en polvorosa cuando comparó el esperpento angelino con la seguridad y diligencia tejana que le ofrecían los Spurs.

Porque, susurran en calles y callejones, que Kupchak se quedó mudo, sin respuesta, cuando en su reunión con LaMarcus éste le preguntó quién sería su compañero en la pintura. Los nombres de Sacre y Tarik Black se le atragantaron en la garganta, y Roy Hibbert —consuelo curricular al menos— llegó después de que Aldridge huyera ante el silencio abochornado de un general manager incapaz.

Desahuciados como banqueros, más como augures. No supieron ver el talento ni cuando les estaba a punto de explotar en las caras. Tras lo sendos «noes» de Melo y LeBron, Kupchak pronunció estas palabras: «Nunca sentimos como algo realista el poder conseguir a alguno de los dos», y a continuación prometió: «Pero conseguiremos a alguien».

Esos alguien pudieron ser Isaiah Thomas —¿otro pick 60? no gracias— y Kyle Lowry. Ambos reconocieron abiertamente que les atraía la elástica Laker a pesar de tener por delante en la rotación a Bryant y Nash. Pero en las oficinas —aplausos— los rechazaron por considerarlos fichajes arriesgados.

Este fin de semana Lowry disputaba su tercer All-Star Game consecutivo mientras que Thomas —2º máximo anotador del curso— disfrutaba su segundo.

Posdata: Nash —el base titular— no volvió a jugar un solo partido más con los Lakers ni con nadie.

En respuesta, el plan de acción consistió en fichar a Jeremy Lin y renovar a Nick Young.

2015, el consuelo de la despedida (17-65)

Lo vieron desde el primer momento. ¿Cómo mantener distraída, enajenada y sobre todo tranquila a una afición con todos los argumentos del mundo para explotar? ‘¡Idea! Démosle a Kobe Bryant la despedida más larga y empalagosa que haya existido jamás. Cada pabellón será una nueva excusa para un último adiós, un último homenaje. Así muy pocos se fijarían en el marcador’.

Kobe respondió a todo este amor con romanticismo y épica concentrados en 48 minutos. ¿Mereció la pena? ¿Una sola noche, éfimera e inmortal, por todo un año? No lo sé, la verdad. Lo que sí sé es que no voy a reconocer abiertamente el número de veces que he visto esos tres últimos minutos de partido ante los Jazz.

Y es que ante la incapacidad de ganar y ante la duda de si reconstruir, prefirieron esperar a que se consumara la retirada de La Mamba. ‘Qué el tiempo hable, que a nosotros nos da la risa’. 

Jim había crecido durante toda su vida rodeado por una cultura acostumbrada a ganar. No había sido educado para reconstruir. La pérdida de su padre coincidió —¿casualidad?— con su primera experiencia ante tan amargo sabor, y no supo reaccionar.

Así pues, aunque no se han movido mal en el Draft en estos últimos años —Julius Randle, Jordan Clarkson, D’Angelo Russell, Larry Nance, Jr., Brandon Ingram, Ivica Zubac—, nutriéndose también de picks tan anormalmente altos, no han sabido completar la jugada en la parcela contractual. Vamos, que sus fichajes apenas hay por donde sostenerlos.

Bienvenido, Magic (19-39)

El ejemplo más claro es el que ha tenido jugar esta misma madrugada. Los Lakers, o mejor dicho, el nuevo dúo Magic & Pelinka, han traspasado a Lou Williams. ¿Por qué a él? Sencillo. Era un obstáculo anti-tanking. El único buen movimiento, a nivel de rendimiento, que hizo la gerencia angelina el pasado verano.

Porque el resto, Luol Deng y Timofey Mozgov —136 millones en salarios entre ambos— no son ninguna amenaza. Los Lakers lo han intentado. Empezaron la temporada fuerte y hubo quien incluso creyó en playoffs. Se acabó. Toca estrecharle la mano al realismo.

Su legado

Mitch Kupchak, 17 años de claros y oscuros. Su época de pinturas negras, ha llegado al final. Cuando perdió al corazón, mente y alma del proyecto y tuvo que conformarse con su primogénito.

Al César lo que es del César.  Dejó escapar a O’Neal, pero también logró la contratación de las superestrellas alicaídas Karl Malone y Gary Payton. Realizó una jugada maestra consiguiendo a Pau Gasol a cambio de Kwame Brown y algo de morralla —tupido velo sobre los derechos de Marc—, y, en síntesis capitalista, ha traído, durante sus casi dos décadas, cinco anillos a Los Ángeles. Uno cada tres años y medio.

Así pues, Kupchak, adiós y gracias. Jim, nos vemos.


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