KG21, ¿tan difícil era?

Una retirada a tiempo es una victoria. Napoleón. Bienvenidos a Waterloo.

Me muerdo la lengua. Me lijo los dedos. No me es fácil escribir este artículo. Me cuesta enmarcarlo dentro de las reglas de la web que anteceden al ‘Publicar’. Mi teclado quiere maldecir, quiere execrar, quiere… no, quiere no, rabia por mecanografiar un poco de trash talking. Diantres. Ayer, viernes noche, prometía. Pero Kevin Garnett dictó; decidió de la nada marcar los titulares del fin de semana deportivo. Y a mí, me jo-robó la temporada.

Doc Rivers no era el único. Yo, creedme, también estaba convencido; lo único que se interponía entre él y su continuidad era una ligera cortina llamada tiempo. Pues, ¿cómo iba KG21 a bajarse de la nave justo ahora? ¿justo cuando se acerca el ansiado punto de inflexión? Mecachis.

Adiós a la veintidós

Mi incredulidad de anoche estaba más que justificada. Empecemos por lo obvio. Los récords. Es como cuando miramos el boxscore al término de un partido. Nos pone cachondos. Pues bien, ahí estaba. EL récord. Ese que estaba al alcance y sólo al alcance de ‘The Big Ticket’; podría haberse convertido en ‘The One and Only Ticket’. No ha querido. Desconozco sus razones. No sé que habrá escuchado Glen Taylor en ese despacho, ni sé si le habrá resultado suficiente. Quizás esté como yo ahora, perjurando en silencio. Miér-coles de sábado.

Garnett ha tenido a su alcance el convertirse, en solitario, en el jugador con más campañas vividas y combatidas en la historia de la NBA. Veintidós. Una salvajada que seguirá salvaje, sin soga, sin mirilla, a la espera de otro estoico cazador —¿Vince?—. KG se ha conformado con compartir la plata con Robert Parish y Kevin Willis.

Adiós al resurgir

Hace unos meses que KG ya braceaba en las aguas calmas de los 40. Los 41 le darán alcance el próximo 19 de mayo. Cuatro días antes de su cumpleaños, ahora que lo pienso, darán comienzo las Finales de Conferencia. Estoy oteando demasiado lejos ¿n0? Sí. Puede que sí. De acuerdo, bajo unas muescas el periscopio. Un mes antes, el 15 de abril, arrancan los Playoffs.

Westgate Superbook los coloca dentro. Yo ya no sé que pensar. Sí solía pensar, hace apenas dos días, que estos Timberwolves, con su juventud, su talento, su hambre, su hype, generan esperanza. Y que no había mejor capitán para comandar todo eso que Garnett. No es fe lo que se respira. Es algo más sólido, más consistente… Playoffs… la palabra flota, tangible, casi acariciable, en el lejano y gélido aire de Minneapolis.

Para algunos amenazaba con convertirse en la cuadratura del círculo, pero no. Simplemente, en esta galaxia de órbitas distintas, a Minny le ha tocado ser Plutón. Pero este elenco quiere volver a ser planeta, y doce años después amenazan con cuadrar el maldito círculo. Con cerrar una elipse que lleva demasiado tiempo esperando divisar su final, y cuyo último principio lo presenció, dirigió, y perpetuó, quién si no, él, KG.

La quincena incompleta

En 2004, los Timberwolves jugaban sus últimos Playoffs hasta la fecha. Y lo hacían a lo grande. Garnett promediaba en temporada regular 24,2 puntos, 13,9 rebotes, 5 asistencias, 2,2 tapones y 1,5 robos por partido; suficiente para ser proclamado MVP.

Como franquicia, los Wolves conquistaban su primer y único Título de división de su historia. Lograban llegar también a sus primeras Finales del Oeste y soñar con el careo final. No pudo ser. Sam Cassell caía lesionado, así como su suplente, Troy Hudson. Los Wolves se las vieron con su tercer base, Darrick Martin, midiéndose ante los todopoderosos Lakers. El sueño se desvaneció con un epitafio de 4-2.

Y ahora, tras una docena, se va el que ponía los huevos en el cartón. Ricky, LaVine, Wiggins, ‘X’, Towns. El cuarteto ilusiona. Y hasta el quinto, recórcholis, me parece bien. Gorgui Dieng, Jordan Hill; cualquiera de los dos me vale. Tan sólo deberían esperar los cuatro minutos de rigor —como este curso pasado— y entonces la magia de KG21 se trasladaría unos pasos y empezaría a borbotear desde el banquillo. ¡Qué segundo de lujo para Tom Thiboddeau!

«En el vestuario es la voz. Cuando él abre la boca todo el mundo escucha». Eso nos decía hace unos meses el niño mago de El Masnou. Ricky Rubio nos lo desenmascaró. Algunos de los que nos sumamos al Target con nuestro aullido —y sonreímos con el sonido de las monedas del Super Mario— lo mirábamos con cierto recelo. A las pocas semanas, nos felicitábamos por tenerlo nuevamente de aliado a nuestro lado.

Towns, su brutal reflejo cuyo techo también amenaza a tortícolis del espectador, ha dicho hoy que está listo para coger el testigo. Para recoger la antorcha y seguir iluminando el camino. Creo en lo que dice. En quién lo dice. Confiesa, también, que le echará de menos.

«Gracias por todo hermano. Sabes lo mucho que voy a extrañar jugar contigo y, simplemente, tenerte ahí cerca». Bastaba con eso. Cinco, seis, siete minutos, y luego mantenerse ahí, cerca, instruyendo. Una fuerza insuflada por una fuente sin parangón en la liga. Un carácter irrepetible.

El año pasado llegó decidido a hacerse cargo del equipo desde la cúpula y junto a Flip Saunders. La vida puso en juego su habitual crueldad, y, con Cortefiel descansando, Garnett reculó a mentor en la cancha. La camada será suya y él el macho alfa con corbata tan pronto como quiera. Pero tras un año en el barro, tocaba otro más. La última marcha de Garnett. El manantial está cerca, y él podía, merecía, ser el líder que los guiara hasta al final del largo y tortuoso sendero. ¡Repámpanos! quiso quebrar su vara en el último repecho.

Vivir el éxito desde fuera está muy bien. Las películas con final feliz me anegan los ojos a menudo, y hasta ahora siempre me ha tocado ocupar el papel de espectador. Pero esas palabras de Ricky aún resuenan: «La voz del vestuario. Tiene un don y lo quiere transmitir también a los jóvenes». Más le vale no haber dejado cabo sin atadura. Una voz en off que retumbe en el Target, que reverbere en el vestuario. Ha sido apenas un año de instrucción. ¿Suficiente legado?

Útil y capaz

Útil: más allá del romanticismo. Nikola Pekovic no jugará más en los Timberwolves esta temporada. Karl-Anthony Towns, Gorgui Dieng, Cole Aldrich, Jordan Hill. Me falta algo. Alguien. Nadie se acuerda de los ocho millones.

Capaz: ‘arrastrándose por las canchas’. Eso he leído. Hoy mismo. Educadamente discrepo. Sus minutos, pocos, los viables, los posibles. Sus revoluciones, intactas, como siempre. KG a toda máquina. Sonrisa torva. Contraataque, Rubio, pase atrás. Blake, te mandamos el póster gratis. Arrastrándose en las alturas.

Adiós a los ‘4’

Se van dos. Se va el cuatro. Huérfanos de padre y madre de una tacada, sin avisar y sin apenas tiempo para tomar algo de aire. Kobe Bryant acaparó todas las despedidas habidas y por haber en el stock de existencias. No las quiso Tim Duncan. No quedaron para Kevin Garnett.

Hablando del cuatro puro, del cuatro moderno, del de finales de siglo, ese que postea, que corta, que machaca, que finta en la bombilla y tira de media distancia —y no esta moda horrenda contemporánea que amaga con acomodarse en el triple— únicamente las sombras de Karl Malone, Dirk Nowitzki o Charles Barkley les sostienen el desafío de mejor ala-pívot de la historia.

El 2016, un abusón de instituto, nos ha birlado el bocadillo y bajado los pantalones. ¿Un guiño al dorsal o una clase un humor que no entiendo? Duncan y Garnett out.

Tan distintos en estilo como mellizos en efectividad y contundencia. Uno el karma, el otro el arma. El primero lanzaba tras un rápido movimiento de muñeca por delante de la cabeza, mientras que al otro, mecánica eterna, casi era más fácil taponarle por detrás.

KG era un dolor de muelas para los árbitros y una pesadilla para sus rivales. Competidor, feroz, provocador, incorrecto, excesivo, cautivador, pendenciero, imprescindible. Odiado por sus rivales, todos lo anhelaban en secreto en sus equipos.

Pero sobre todo, Kevin Garnett era talentoso. Era un jugador completo, que taponaba, cogía ese rebote, devoraba la cancha al contraataque y la hundía en el aro sin paliativos. Pocos jugadores han sido capaces de cincelar eternidad en dos franquicias distintas. The Big Ticket chispeará para siempre en los corazones de Wolves y Celtics.

Y, mil millones de mil naufragios, aunque a veces, como en aquellos míticos duelos con Pau, le hicimos el más brutal de los trash-talk a través del televisor, también chisporroteará en el de todos nosotros.

No obstante puede que nunca alcance a entenderlo, con la alfombra tendida a sus pies, qué tan difícil era. Una temporada; sólo una temporada más.


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