Hace unas horas, he propuesto por Telegram un acertijo con un nivel de dificultad «oro parece plata-no es». Elio tardaba apenas tres minutos en dar respuesta al enigma. El misterio, en este caso, estaba en resolver qué miembro de los San Antonio Spurs cumplía hoy los cuarenta años. Como pista para despistados, advertía que el personaje no pertenecía al cuerpo técnico de los tejanos.
Hoy, Timothy Theodore, o como nos lo eternizó Andrés Montes, Tim «Siglo XXI» Duncan, soplará las velas por cuadragésima vez en su vida. Y sólo nuestro finito reloj biológico impedirá que sea siglo XXII, pues este señor de las Islas Vírgenes lleva haciendo exactamente lo mismo durante 19 años; y nada, excepto la regeneración incompleta y errática de nuestras células, hace pensar que no pueda seguir haciéndolo 84 años más.
Este no será el artículo del adiós. No será un epitafio de despedida ni el habitual amasijo recolector de anécdotas. Tiempo al tiempo. Pero tampoco nos acomodemos demasiado, pues Duncan es antagonismo puro al hambre de focos que resonaba en las tripas Kobe Bryant, y en su caso, si se retira al final de esta temporada sólo al final de esta temporada se sabrá. Roguemos por que no sea el caso y demoremos un año más el minucioso desbroce de su biografía. Perder al ’21’ y al ’24’ de una vez, sería un golpe demasiado duro para nuestro miocardio baloncestístico. Así que olvidémonos de su carrera y repasemos sucintamente su año.
Un año en la alacena
Tim Duncan es el mejor power forward que ha dado la historia. Una afirmación con muy pocos opositores y casi unanimidad de valedores. Sus 8,6 puntos, 7,3 rebotes y 1,3 tapones no significan nada. Miento, sí. Dicen que no ha hecho más simplemente porque no ha querido hacer más. Ha bajado de la decena de puntos por primera vez en su carrera sólo porque, de manera consensuada, ha optado por la moderación, por conformarse, como nunca antes, con menos de 28 minutos por encuentro (25,2), por saberse aún muy capaz de ser un Grial en la pintura, y sacrificarse para que LaMarcus Aldridge, en su cénit de juego, pudiera lucir.
Como hiciera Harry Potter a los 10 años, antes de recibir la carta de Hogwarts, Duncan, a sus 39, ha pasado más desapercibido que nunca. Pero bajo y tras el ingente talento del resto de la plantilla, su magia dormita intacta, lista para fluir a borbotones en situaciones de necesidad. Acumulando reposo por acuerdo en Consejo de Sabios, Popovich y él reservan sus mejores hechizos para la mejor ocasión. Esa en la que la presión aparece y la ofuscación hace mella; entonces irrumpe en el tablero el viejo cañón de pólvora impermeable.
Sosiego y clase sin luces ni aspavientos. Acude al rescate el pragmatismo industrial, los mates sin salto, el tapón sin petulancia, el tirito a tabla «de toda la vida». Así se ganó nuestro amor y respeto. La sonrisa que siempre amaga y rara vez reluce. La voz cuyo sonido en contadas ocasiones reverbera —una temporada entera tardó en dirigirle la palabra al por entonces rookie Tony Parker— pero que lleva veinte años aullando en las canchas.
Las lesiones le han respetado toda su carrera. Repartamos el mérito. Una tercera parte la entregamos a su fiabilidad ósea, otro tercio a su inquebrantable espíritu de sacrificio: ese que le conduce a incansables rutinas de gimnasio con la misma diligencia que un adolescente acude a la nevera a la hora de estudiar. Completa el «pursuit» con esa maniobra de la que hablábamos; pues hay dos cualidades que permiten a este héroe serlo cada día más. Humildad y razón (o raciocinio) a partes iguales. Sólo así puede lograrse que el perfume, ahora en frascos más pequeños, siga colmando el exigente olfato canino que demanda la NBA. Gotas de mesura que satisfacen y embriagan, a cada rociado, el hambre de básquet al poste del espectador.
61 partidos y 60 como titular ha disputado el ala-pívot esta temporada. En lo que llevamos de Playoffs, recurrir a él ha sido innecesario. Darle minutos de juego tiene como pretexto exclusivo evitar que se enfríe, permitir que sume algún que otro récord y, por qué no, seguir haciéndole(nos) disfrutar. Unos Grizzlies en cuarentena no han sido rival, pero la Segunda Ronda será otra historia, y entonces, Popovich, con seguridad no tendrá reparo alguno en cebar la caldera con todo el carbón almacenado en su (ya) Big Five, pues por algo mima la maquinaria durante 82 partidos. Como siempre, alcanza a la recta final con la confianza de poder aumentar los nudos a su discreción, sin temor a que ésta se pueda descuajaringar.
Eterno
El viernes hizo 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes. Hoy se cumplen 40 desde que la vida tuvo a bien regalarnos a Tim. El paralelismo se dibuja sólo. El Quijote guarda una virtud de la que sin duda embebe le clase serena de este cuarentón imperturbable. El tiempo apenas les pasa factura. Seguirán devorándonos las décadas y su pluma, literaria de uno, baloncestística de otro, persistirán como ejemplos de referencia y autoridad.
El baloncesto es más fácil cuando lo juega ‘The Big Fundamental‘. La madera es más feliz cuando la pisa él. La bola circula más alegre cuando pasa por sus manos. Y nosotros nos sentiremos muy afortunados si el año que viene le volvemos a escribir. Para felicitarle por seguir de corto una temporada más. Diez, doce, quince minutos; los que él quiera. Este curso hemos visto su primer partido de «anotación cero» en 19 años. La estadística ha sido paciente. Tim se coloca como el vigésimo cuarto jugador en la NBA que sigue en activo alcanzada esta edad. Al Sol le digo, sino le importa, siga proyectando la mejor de sus sombras al menos un rato más.