Artículo publicado originalmente en el antiguo Extra nbamaniacs el 11 de diciembre de 2019.
Taurean había trabajado a fondo durante todo el verano, como un auténtico loco, para poder comprarse esa bicicleta. Era algo que añoraba, casi un sueño, desde hacía tiempo y, por fin, tras unos meses repartiendo periódicos por el vecindario, iba a hacerlo realidad.
Con todo el dinero en efectivo enfundado en su bolsillo derecho y un combo de gominolas de propina en el izquierdo, se dirigió al Walmart más cercano para canjear su esfuerzo por aquel anhelo de infancia.
Casi ni había terminado de amontonar el dinero en el mostrador de la tienda de bicicletas y ya se estaba subiendo a lomos de aquel preciado nuevo tesoro. Estaba completamente alucinado de que semejante avión de dos ruedas fuera a ser de su propiedad. Era la transacción más importante de su vida, la que más feliz le había hecho, de lejos. Salió de la tienda montado, a toda velocidad por la acera, y estuvo dando vueltas con su nueva adquisición durante toda la tarde. Para arriba, para abajo, sin saber muy bien hacia dónde estaba dirigiéndose. Simplemente se sentía tan libre encima de aquel medio de transporte que no podía detenerse. Así que no lo hizo, apuró todo lo que pudo las horas de luz dirigiendo firme el manillar de su nuevo mayor aliado.
Su flechazo se prolongó durante varias horas y después, todavía fascinado, entró por la puerta de casa. Depositó su reciente adquisición en el salón y, acto seguido, su padre, Anthony, se interesó por aquella novedad. “¿De dónde has sacado eso?”. El pequeño Taurean, que contaba 12 años de edad por aquel entonces, le dijo que se lo había comprado con su propio dinero, fruto de su esfuerzo. Entonces, su progenitor le dio el mayor abrazo que él había recordado nunca.
Más contento que unas pascuas, Taurean cenó con su padre ante la inanimada compañía de la bicicleta nueva, que él se había preocupado de aparcar en el salón de casa, bien cerca, para poder seguir contemplándola por la noche.
Él no lo sabía, estaba demasiado entusiasmado con su bólido recién estrenado, pero en aquellos momentos en la cabeza de su padre rebotaban infinidad de problemas. Anthony trabajaba seis días a la semana, pero eso no era suficiente para poder llevar una existencia boyante, ni siquiera tranquila. “Yo no lo sabía, pero estábamos a punto de perder nuestra casa”, podía recordar Taurean Prince, que revelaba todo aquel amargo trance en un artículo escrito para The Players Tribune en 2018.
Acababa de comprarse la posesión que más feliz le había hecho en su vida, pero iba a tener que irse de casa, otra vez, retomando las viejas costumbres nómadas que se repetían a lo largo de su adolescencia y que dieron con él y con su padre viviendo, literalmente, en la calle. “Un día mi padre me dijo que íbamos a perder nuestra casa. Yo no entendí exactamente lo que eso significaba, pero él quería decir que teníamos que empaquetar todo lo que era nuestro. Íbamos a convertirnos en gente sin hogar”.
Durante unas semanas, ambos fueron lo que se conoce como personas sin techo, sin hogar, homeless. Y aquel particular camino a la perdición, a la mendicidad urbana, había comenzado tiempo antes; cuando sus padres se divorciaron y Taurean tomó la decisión más difícil de su todavía corta existencia.
Irse con su padre
“La primera decisión madura que tuve que tomar fue la de dejar a mi madre e irme a vivir con mi padre cuando tenía 12 años. Yo crecí en San Antonio. Cuando mis padres se divorciaron, yo me quedé con mi madre y mi padre se fue por su lado. Acabó metiéndose en problemas y estuvo en la cárcel algún tiempo. Pero cuando salió, acabó en San Angelo (Texas), a unas pocas horas al norte de San Antonio. Le había echado mucho de menos y quería estar con él, estar con mi papá. En mi interior, sentía que era lo que tenía que hacer, lo correcto. Pero fue difícil. Fue la primera decisión verdaderamente dura que tuve que tomar en mi vida hasta ese momento. No quería dejar a mi madre. Ella era, esencialmente, una madre soltera, trabajando un montón de horas para mí y para mis hermanos. Pero no quería dejar a mi padre solo”, recordaba Prince en el articulo escrito para The Players Tribune.
No podía dejarle solo y no lo hizo; aunque eso no significa que fuera una decisión sencilla. Aquel creciente mochuelo había vivido siempre en su casa de toda la vida, en San Antonio, con su madre, Tamiyko Prince (de ella cogió el apellido) y con su hermana, Catina, unos años más pequeña. Habían coexistido siempre dentro de un apartamento a escala reducida, de modestas proporciones. Si la situación con su padre no era para tirar cohetes, con su madre tampoco había ido diferente. En cualquier caso, eso iba a terminar. Se iría con Anthony para no dejarle solo, a su suerte.
A sus tiernos 12 años, a Taurean Waller-Prince le resultaba irresistible pasar largas horas junto a su padre. Muchos días, hasta contaba el tiempo que quedaba para que llegara la noche y así poder estar junto a él. Después de tomar la decisión de su vida, la primera parada en el viaje ambulante de ambos fue la casa de la abuela materna, en la citada ciudad de San Angelo. Una figura sólida como aquella garantizaría un mínimo orden existencial; permitiría a su padre cierto margen para volver a configurar su vida con calma y aportaría la dosis de disciplina necesaria en un pequeño adolescente envuelto en una edad crucial. Sonaba perfecto, Taurean no podía tener más ganas de abrazar su nueva rutina, pero esta saltó por los aires tras la muerte de su abuela, pasto de un cáncer fulminante.
Una tragedia exprés. Un nuevo desengaño dentro de un océano de adversidades desde que había sido un renacuajo. El joven Taurean estaba ya habituado a la indolencia del terreno. No había tenido una primera etapa vital atestada de caprichos, juguetes a granel, vacaciones en familia o comodidades propias de una niñez del primer mundo. Como en otros hogares de futuros jugadores NBA, en casa de Prince las pasaron canutas durante muchos momentos.
“Tuvimos que sacrificarnos más de lo que lo hace normalmente un niño”, decía Prince sobre él y su hermana, a CSNPhilly.com poco antes de ser elegido en el draft (año 2016) que sería su puerta de entrada a la NBA. “A veces teníamos que pelar patatas y freírlas nosotros mismos (él y su hermana) si queríamos poder comer algo”. Tanta prisa se dio Taurean en crecer que por aquella etapa ya había aprendido a conducir y se manejaba con cierta destreza por los alrededores de la guarida familiar.
Su padre había dejado atrás la cárcel hacía no demasiado y Taurean escogió irse con él, en gran parte, por miedo a que la soledad volviera a colocarle una buena temporada en la sombra. Y todo empezó a salir al revés muy pronto.
“Mi padre estaba bastante perdido con lo que hacer después de lo de mi abuela, como cualquiera hubiera estado después de perder a su madre. Nos fuimos después a vivir con mi tía. Eso se acabó pronto y luego estuvimos viviendo con una de las novias de mi padre. Un día discutieron mucho y tuvimos que salir de allí. No teníamos a dónde ir, así que acabamos en la Salvation Army (Ejército de Salvación)”.
En la ‘Salvation Army’
Ese es el principio de la historia de cómo un actual jugador de la NBA vivió en la práctica pordiosería. En la Salvation Army que les acogió, él y su padre compartían una habitación minúscula, con solo dos camas de talla reducida para un adolescente de sus crecientes dimensiones. A la vera de su sobrio habitáculo se localizaba un baño que compartían con otras 15 personas más. También poco afortunados sin hogar que no habían tenido otro recurso que acudir a un nido de beneficencia para poder dormir debajo de un techo. En su habitación no había muebles, televisión o siquiera algún sobrio fetiche en forma de póster de sus ídolos deportivos. Nada, solo dos camas y un frío helador por las noches dado que no contaban con una calefacción en condiciones.
La sucesión de desengaños inmobiliarios había sido súbita. De pernoctar en casa de su abuela habían acabado, en pocas semanas, teniendo que abandonar su último hogar de alquiler para residir como acogidos en la Salvation Army. Y esa delicada situación fortaleció de lo lindo el vínculo con su desnortado padre.
“Mi padre y yo nos quedamos juntos. Éramos un equipo. Cuando el aviso de desalojo llegó y tuvimos que quedarnos en la calle, eso puso a prueba lo fuertes que realmente éramos como equipo”.
No les quedó otra que aceptar la limosna de aquel centro de acogida. Porque eso es lo que era la Salvation Army, un último recurso para personas en riesgo extremo de exclusión y sin un techo que camuflase sus vergüenzas. La pobreza, el alcoholismo, el juego sin control, el crimen, la desocupación o, simplemente, la mala estrella vital conducían a toda una procesión de desafortunados hasta los porches de aquella institución no gubernamental de beneficencia. Taurean y su padre formarían parte de ese desfile del infortunio.
“Cuando llegamos a la Salvation Army el primer día, yo pensé que era una cafetería”, recordaba Prince sobre los días más antipáticos de su vida.
Su padre firmó algunos papeles y después llegaron al cuarto que sería su futuro hogar. “Era solo un sitio para dormir. Mi padre me miró y dijo. Tenemos suerte de tener esta habitación. Yo le dije ¿suerte? ¿Por qué? Y él dijo: ‘algunos de los cuartos tienen cuatro o seis camas, pero el nuestro es solo para nosotros. Así era mi padre, tío. Incluso en un alojamiento de mendicidad con su hijo estaba tratando de ver el lado bueno de todo”.
¿Qué era aquello?
Para quien se encuentre poco familiarizado con el concepto de la Salvation Army, hablamos de una misión benéfica del cristianismo protestante, fundada en la segunda mitad del siglo XX, que desde su alumbramiento levantó importantes raíces en el mundo anglosajón. Su cuartel general se situó en Londres, pero no tardaron en expandir su imperio de beneficencia no gubernamental por multitud de países; lo que nos importa aquí es que estaban presentes en Texas y eso fue toda una salvación para Prince y para su padre.
“Me sentí un poco perdido, sin saber exactamente qué estaba haciendo allí”, recordaba Taurean Prince de su primera noche en la Salvation Army. “Pero confié en todo lo que mi padre me dijo. Nunca cuestioné lo que él decía porque supe que todo aquello tenía que ser por alguna razón”.
No decir nada a su madre
Taurean no sabía cuánto tiempo estaría allí, lo que sí conocía era que apoyaría los movimientos de su padre hasta la sinrazón y que, por supuesto, no revelaría nada de aquello a su madre. Sí, ella se había quedado en San Antonio y no tenía noticias de las precarias actividades por las que pululaban su hijo y su expareja.
“Nunca le dije nada a mi madre. Sabía que ella me hubiera sacado de allí si se hubiera enterado y yo no quería dejar a mi padre solo. No quería que estuviera solo, así que me quedé a su lado”.
Hasta tal delicado punto llegó la situación que durante no pocas noches tuvieron que cerrar los ojos, de manera literal, en plena calle; durmiendo al raso. El pabellón de la Salvation Army en el que se alojaban echaba el cerrojo a las diez de la noche en punto, y había jornadas en las que Taurean llegaba más tarde debido a que se entrenaba cada vez más a fondo en las artes del baloncesto. En tales ocasiones de retardo, su padre permanecía fuera del edificio, esperándole, para que no se encontrase solo a su llegada. Algunas de esas veces, el personal del edificio les dejaba entrar a hurtadillas, pero otras no. En esas últimas no les quedaba más remedio que permanecer fuera, en las calles, y dormir a la intemperie. Espalda contra espalda, sin un cobijo que pudiera salvaguardarles de las temperaturas del invierno en Texas —podían caer perfectamente hasta 1 o 2 grados—. En el mejor de los casos, si tenían algo de suerte, podían acabar en casa de algún conocido, durmiendo en el sofá.
“Estuvimos en la Salvation Army los siguientes 30 días, excepto algunas noches en las que llegábamos muy tarde y las habitaciones estaban completas. En ese lugar tenían la norma de que tenías que hacer un check out cada mañana y volver después por la tarde noche para volver a inscribirte. Así que hubo algunas ocasiones en las que no tuvimos suerte y mi padre tuvo que llamar a algún amigo para pedirle que nos quedáramos en su sofá. Hubo un par de noches en las que nadie contestó al teléfono y las habitaciones estaban todas ocupadas en la Salvation Army, así que tuvimos que dormir en la calle. Conforme me fui haciendo mayor, me di cuenta de lo vergonzante que probablemente tenía que ser para él, un hombre adulto con su hijo pidiendo a la gente que nos dejara pasar la noche en su sofá y admitiendo que estábamos en la calle. Pero durante esa etapa, él me hacía sentir como que éramos un equipo, que todo formaba parte de una aventura”.
No por estar en un local para gente sin hogar Prince y su padre dejaban de tener su rutina todos los días. Se levantaban temprano y caminaban entre 30 y 40 minutos juntos para coger el autobús. Uno para ir al colegio y el otro para el trabajo. “Tenéis que conocer eso de mi padre. Es uno de los trabajadores más duros que he conocido. Aun en los tiempos malos, cuando no teníamos casa, trabajaba todo lo que podía para poder volver a estar bien. Me hablaba de cómo la adversidad construye el carácter. Nunca le vi quejarse. Y por eso yo tampoco me quejo ahora. Mi padre no lo aprobaría”.
Vivir en calidad de persona sin techo contando 12 años forjó el carácter de Taurean Prince. No cabe duda. Ese episodio propició que adquiriera una mentalidad a prueba de obstáculos, piedras, heridas y bombas; que no se doblara ante la adversidad, sino que la empleara para poder memorizar una lección de vida y así dar varios pasos hacia delante. Las dificultades le prepararon para todo pero no le agriaron el carácter. “Recuerdo que Papá me dijo algo. Dijo que usara todo aquello como una lección para tratar bien a las personas. Nosotros éramos buena gente pero pasábamos por un mal momento, entonces nunca sabías qué podía estar pasando la persona que tenías a tu lado. Nunca olvidaré aquella lección”.
Así, Prince empezó a editar la manera en la que enjuiciaba sus actos y los de los demás. “No importaba la posición que yo tuviera en la vida, siempre la usaba como una oportunidad para hacerlo parte de mi historia y quedarme con lo mejor de cada cosa”.
De acogida con los Thompson
Durante alrededor de un mes, esa fue la vida de Taurean Prince, ahora ganando millones de dólares cada año en los Brooklyn Nets. No hace tantísimo (poco más de una década) se encontraba en una situación atestada de incertidumbre, sin hogar.
Su desdicha no podía durar eternamente; por su bien. Aunque salieron de la Salvation Army, padre e hijo continuaron moviéndose como auténticos nómadas prehistóricos. Siempre de un lado para otro, buscando los lugares más asequibles para pasar la noche. Él no quería separarse de su padre pero aquello tenía que cesar.
“Nadie consigue el éxito completamente solo. Eso es algo en lo que creo firmemente. Yo lo he visto. Muchos de nosotros, en algún momento u otro, somos ayudados por un ángel de la guarda o dos. Eso es lo que Bowdy Thompson fue para mí”.
Bodwy Thompson era uno de los grandes amigos de Taurean en octavo curso, en el centro middle school de San Angelo. Bodwy se enteró de la situación por la que habían pasado y todavía atravesaban Prince y su padre y sintió la irrefrenable necesidad de contarlo en su casa. Tenía que ayudarles. Los Thompson ofrecieron que el amigo del alma de su hijo se quedara en casa durante el resto del curso. El padre de Taurean accedió a la proposición porque era lo mejor para su chaval. No cabía duda.
“Así fue como empecé a vivir con los Thompson. Me dieron mi propia habitación y todo. Era el único chico negro en el barrio. Podéis imaginaros cómo veía alguna gente esa situación. Un chico negro de quién sabe dónde viviendo con una familia de blancos. Podía sentir aquello en la calle en algunos momentos, pero los Thompson siempre me hicieron sentir parte de ellos. La madre de Bowdy siempre me trató como si fuera su propio hijo. Eso significó el mundo entero para mí. Lo mucho que me dieron. Nunca podré agradecerles lo suficiente. Ayudar a la gente que pasa por problemas es una de las cosas más bonitas que puedes hacer en la vida. Ellos eran extraños pero me trataban como su familia. Y esa cama… Era muy cómoda”.
Los Thompson contaban ya con tres retoños y, al tener un hueco libre en casa, fueron la salvación de Prince en aquel momento nublado de su vida.
“Yo no tenía ni idea de que su padre era algo así como un sin techo. Taurean siempre se mostró como una persona que tenía lo que necesitaba. Como amigo suyo que era, descubrir eso me rompió el corazón”, pudo relatar su amigo, Bowdy.
“Fue uno de los mejores momentos que había tenido en mi vida. Aún les doy las gracias por que hicieran aquello por mí”, opinaba Prince.
El instituto y el baloncesto
Aquello duró solo unos meses, hasta el final de curso; y realmente le rescató de aquel desesperado tránsito permanente. Su madre, claro, se terminó enterando de la situación por la que había pasado su hijo y entonces Taurean volvió a San Antonio, al nido familiar. Tenía ya 13 años y le tocaba comenzar el instituto (dejaba lo que en Estados Unidos llaman el middle school). También, empezaba a demostrar que sus condiciones en el baloncesto iban en serio. De vuelta en San Antonio, tendría más opciones de desarrollar su potencial en alguno de los centros punteros de la ciudad que da cobijo a los Spurs.
“Allí había más talento en baloncesto y también quería estar más cerca de mi madre otra vez. Mi padre estaba mucho mejor”. Fue así como Taurean se alistó en el Earl Warren High School, centro donde, curiosamente, no pudo entrar en el equipo de baloncesto en su primer año por suspender la asignatura de Español.
Para inusitada novedad en su existencia vital, las cosas no marchaban del todo mal en casa. Su madre había encontrado otra pareja y, dos años después de la vuelta de Taurean, esperaba un nuevo hijo fruto de su reciente relación. Sin embargo, en la vida de Taurean Prince hasta la universidad, las vacas gordas no duraban demasiado. El compañero de su madre fue asesinado en un tiroteo, y él quedó como referencia masculina de la casa. Solo tenía 16 años.
Ese hecho resulta una nueva clave para entender hasta qué punto Prince abrazó y entendió la responsabilidad desde muy temprano; endureció al máximo su mente cuando apenas surcaba la pubertad. “Esos años en el instituto fueron tan difíciles como los que pasé con mi padre, porque siempre necesitas una figura paterna a tu lado. Pero en lugar de eso, yo tenía que ser esa referencia de algún modo para mi hermanito (el recién llegado, el pequeño Derrick) y para mi hermana”.
Hermano mayor, hijo, deportista con gran proyección y todo ello dentro de una conciencia tan preparada para las heridas, el deber y las adversidades como nunca estará la de muchos adultos.
Entrenador Collins
En el instituto Earl Warren de San Antonio, Taurean fue a coincidir con otra de las figuras referenciales para su desarrollo posterior. Fue John Collins, entrenador de jóvenes talentos en aquel centro.
El coach le enseñó cómo llevar su estatura (rozaba ya los dos metros) y sus habilidades al siguiente nivel. No solo conformarse con ser bueno jugando a baloncesto. Para ello, los entrenamientos eran durísimos. Con él especialmente, Collins se había propuesto pulir bien a fondo cada arista a ver qué clase de jugador salía. Con Taurean y otro joven prometedor (el base, Marcus King) de aquel equipo colegial, el coach realizaba prácticas casi militares e inhumanas. Les tenía corriendo de un lado para otro durante un par de horas, luego levantando pesas. Todo eso sin encender la refrigeración del pabellón, por lo que la sensación de agobio y bochorno era penetrante en algunas épocas. Era al final de los entrenamientos, ya extenuados de cansancio, cuando les ordenaba realizar 45 minutos de práctica con balón, para que pudieran controlar su juego en situación de sequía total en el depósito.
“Coach Collins fue otro ángel de la guarda que se cruzó en mi camino justo cuando lo necesitaba. Nunca conocí a alguien como él. Hablaba del baloncesto como si fuera a vida o muerte. Como mi padre lo hacía del trabajo. Era casi como la mentalidad de Kobe (Bryant). Collins me dio esa mentalidad a cara de perro. Me enseñó cómo ponerme a punto. Sin él, no estaría donde estoy ahora mismo”.
“Su preocupación era ayudar a su madre consiguiendo una beca para la universidad. Yo le dije ‘no te preocupes por eso. Solo ponte a trabajar y yo te ayudaré con el resto”, podía revelar John Collins. “Yo nunca supe nada de su historia antes de que se graduase en el instituto. Es el chico con la mentalidad más dura que conocí nunca”, añadía su entrenador en Earl Warren.
Superación y adversidad
Después de graduarse en la secundaria, Prince pasó cuatro años en la universidad. Allí se hizo muy amigo de Isaiah Austin, también proyecto de ronda alta en algún futuro draft pero que tuvo que detener su carrera por la aparición de un problema médico severo (síndrome de Marfan). Desde que su compañero y amigo tuvo que sacar la bandera blanca, Taurean llevó el dorsal 21 el resto de su etapa college en su honor. Esos eran los valores que había ido recogiendo a lo largo de su propia experiencia. Ya eran suyos.
Estaba ya cerca de los 20 años y había pasado por un maratón de episodios que habían moldeado su mentalidad de acero. “He tenido a gente que me enseñó cómo trabajar, que me enseñó que el esfuerzo es cien veces más importante que las excusas. Tuve gente que me ayudó a entender que fallar no es un fracaso. Es solo parte del camino. Es una locura cómo vemos el éxito y solo nos preocupamos por el resultado final. Eso es lo fácil. Yo no veo las cosas así”.
Después de unos años algo más sosegados en la universidad de Baylor, Prince siguió cuajando su azotea y aptitudes deportivas hasta el punto de ser uno de los jugadores más prometedores de la generación que aspiraba al profesionalismo de la NBA en el año 2016.
Taurean Prince, ahora jugador de los Brooklyn Nets tras su paso por los Atlanta Hawks, que le eligieron en el draft, es el producto de unos primeros años de vida desbordados de complicaciones. “Nunca dejé que mi pasado pudiera ser un motivo para ponerme excusas o que afectara a mi manera de seguir adelante. Todo el mundo tiene su historia, ya sea tan traicionera como la mía o más fácil. Todo el mundo crece de manera diferente, con situaciones diferentes. Ahora soy feliz por haber podido sacar algo bueno de todo aquello y de mejorar el camino de mi familia y mis hijos (tiene dos, uno de dos años y otro de siete meses). A veces oigo a gente decir que nunca tuvo relación con sus padres o que hicieron esto o lo otro en la vida por lo que fuera. Ponen excusas por los antecedentes que han tenido. Eso será algo que yo nunca haré”.
Su genuina ascendencia le hace ser un tipo de lo más respetado en la Liga. “No tuvo el más fácil de los entornos. Él ha convertido eso en una ventaja y lo demuestra con su mentalidad, con cómo compite. Tiene una gran sonrisa siempre. Pero es un tío muy duro”, puede decir de él su propio entrenador en Brooklyn, Kenny Atkinson.
Taurean no dejó que sus antecedentes decidieran quién iba a ser en la vida, empleó todo aquello que le había atacado para alcanzar su sueño de jugar en la NBA. Esa es su historia, la de un muchacho sin hogar ni recursos que terminó actuando en la mejor liga de baloncesto del mundo a fuerza de maduración extrema en su cerebro. De dormir en la calle, a jugar en la NBA.
(Fotografía de portada: David Purdy/Getty Images)