Sobre Kevin Durant se suele decir que es un tipo sencillo, normal. Casi que aburrido. El escritor Matthew Sullivan explicó eso mismo, solo que con otras palabras: según él, todo lo que le interesa a la estrella de los Brooklyn Nets es fumar yerba y jugar al básquet.
La que aquí comienza es la historia de unos meses de verano, el del 2011, en el que KD pudo ser KD al máximo exponente. Una suerte de road movie entre pachangas, viajes en bus, playgrounds legendarios, duelos con LeBron James, platos de pollo frito… y sí, claro, se supone que algún que otro canutito.
Prólogo: el lockout amenaza
Es 1 de agosto de 2011. Hace calor en Oklahoma City. Las redes y los medios especializados, las declaraciones del sindicato de jugadores y de la patronal, lo dejan claro: la NBA está abocada al lockout. Todavía no se sabe, pero la huelga en la mejor liga del mundo acabará por extenderse hasta diciembre.
Visto que la temporada NBA está encerrada entre interrogantes, los jugadores se preparan para unos meses diferentes, en los que tendrán que buscarse las habichuelas deportivas. Deron Williams será héroe con contrato temporal en el Besiktas. Ibaka y Rudy Fernández aterrizarán en el Real Madrid para un pequeños erasmus. Y, mientras, otros grandes nombres de la liga deciden pasarse el verano en casa, jugando sus pachanguitas.
Entre ellos, Kevin Durant.
KD es en 2011 un chico de 23 años. Con fama de humilde y niño bueno. Máximo anotador de la NBA en las dos últimas temporadas con Oklahoma City Thunder. Ya más una realidad que la promesa que había aterrizado en la liga en 2007. Ahora es el momento de recibir la bendición de las calles.
En la mañana del 1 de agosto, el teléfono de Durant, brrr brrr, vibra en su apartamento en OKC. Es un mensaje de White Chocolate, leyenda del streetball de Washington DC, su amigo personal. La conversación, por lo que cuentan, fue algo así: