Angelo Cruz: José Alvarado antes de José Alvarado

Antes de José Alvarado, antes de que Nueva Orleáns corease el jouseee, jouseee, jouseee tras ver a Chris Paul frustrado, estuvo Angelo Cruz.

Todoterreno, ídolo del público, guerrero, hustler, tribunero. José Alvarado ha sido uno de los nombres propios en la primera ronda de estos playoffs. A su vez, ha ejercido de debido reconocimiento a una estirpe. Porque en su camino, el que ha llevado al de los Pelicans desde las calles latinas de Nueva York a la élite del básquet, ha habido muchos otros antes que él. Tipos que también fueron todo corazón, con esa mezcla de pillería y arrojo, de los aprendizajes —buenos, malos, peores— que transmiten los playgrounds. Gente que siempre tuvo presente una máxima: que el básquet es la cara de una moneda, y que su cruz puede ser mucho peor.

Antes de José Alvarado estuvo Neftalí Rivera, base e hijo de boricuas del Spanish Harlem al que le cantó Aretha Franklin, catalizador del básquet setentero puertorriqueño. Estuvo Elías Larry Ayuso, otro hijo de La Perla que se tuvo que escapar del Bronx hacia Nuevo México, todo por no acabar muerto antes de los 18. O James Feldeine, dominicano que no visitó la cara oculta de los Washington Heights y deslumbró a Lugo. Y tras todos ellos, ahora sí, penúltimo paso, está José Alvarado: mitad puertorriqueño, mitad mexicano, 100% neoyorquino.

Esa línea deja ver la evolución de las migraciones latinas masivas a NYC: llegadas en un principio Puerto Rico, luego de la República Dominicana, luego de México. Una cadena de jugadores aguerridos, pequeños, sin miedo al envite; que sería perfecta de no ser porque ahí, en medio, se echa en falta a un eslabón. Uno cuya historia no ha encontrado todavía su punto final: la de Angelo Cruz.

El auge

Angelo Monchito Cruz nació en Nueva York en 1958, hijo de puertorriqueños emigrados. Si hoy está vivo, algo que cada año que pasa parece más improbable, tendrá 63 años.

Criado en el humilde ambiente de las Patterson Houses del South Bronx, estrella precoz de los playgrounds neoyorquinos, Munch fue siempre el paradigma de base made in NYC. Duro, físico, callejero. Irreverente, echado para adelante y saltarín. Al estilo de aquel vecino suyo, un tal Tiny Archibald, con el que se cuenta que se enfrentaba una y otra vez. Porque ninguno de los dos, ni Munch ni Tiny, podían parar de jugar. Poco les importaba que el boricua fuese diez años más joven.

Fue así, curtiéndose en el cemento de la urbe, como Angelo Cruz encontró en el baloncesto un camino hacia el bienestar. Su nivel en el instituto le permitió recibir una oferta de la universidad por excelencia del básquet neoyorquino, Saint John’s. También de la UTEP, la Universidad de Texas-El Paso, potencia por aquel entonces. Pero sus notas eran demasiado bajas, claro, y Monchito tuvo que conformarse con pequeños centros de la región. Al menos, hasta que dio el mismo paso que muchos otros compatriotas, también neoyorquinos y boricuas a la vez, habían dado para ganarse la vida:


Para leer este texto completo y acceder a muchas más ventajas suscríbete a Extra nbamaniacs (nbamaniacs.com sin publicidad + podcast + textos especiales + newsletter + chat en Discord con redactores y otros suscriptores)

EXTRA NBAMANIACS

Nuestro trabajo en nbamaniacs es apoyado por lectores como tú. Conviértete en suscriptor para acceder a beneficios exclusivos: artículos especiales, newsletter, podcast, toda la web sin publicidad y una COMUNIDAD exclusiva en Discord para redactores y suscriptores.