«Si me ves pelear con un oso, reza por el oso».
En 1985, Christopher Vogler escribió y difundió en Hollywood una monografía de quince páginas titulada Guía práctica para entender ‘El héroe de las mil caras’ de Joseph Campbell. Una obra de gusto exquisito e imperdible que venía a explicar, grosso modo, la estructura que compone al héroe, un arquetipo tan presente en nuestra realidad que aparece en toda dimensión que nos propongamos imaginar.
El cuerpo central de su trabajo exponía una enumeración de las fases por las que un héroe, o aprendiz del mismo, ha de pasar para constituirse como tal, conformando así un patrón dramático que se repite cíclicamente en cada una de las historias que vemos, leemos u oímos.
Cuando Kobe Bryant anunció oficialmente que se retiraba, mi mente pasó unas cuantas horas bloqueada. Como si no me lo quisiera creer, por mucho que se barruntara desde hace tiempo una decisión ineludible.
Él fue quien me tendió su anzuelo y captó mi atención por un mundo tan inhóspito como el de la NBA cuando no llegaba ni a la decena de años. Y digo inhóspito por lo complicado que, a finales de los años 90, era tener cualquier tipo de información o dato proveniente de ese otro mundo.
Sin la red de redes en nuestras vidas; con apenas un partido a la semana, grabado en VHS de la forma más rudimentaria posible; recortando cada mínima cita que aparecía en la prensa; o aficionándome al NBA Live para saciar como podía mi sed. De un plumazo, estaba enamorado de este bendito deporte y lo único que deseaba era que llegara cualquier cumpleaños o Navidad para recibir mi (pedida hasta la saciedad) camiseta de Kobe Bryant.
Trasladar a unas líneas la pasión que “este tipo” me trasladó a mí se convierte en una tarea harto difícil. Ni siquiera sé si lo consigo lo más mínimo; lo único que sé es que, tras pasar esa marea de pensamientos cruzados al oír que su retirada era real, si yo en algún momento hubiera podido homenajearle en valiente forma, la palabra en común para cualquiera de esos discursos sería «Gracias».
Durante toda su carrera, Kobe ha generado un mito, una historia. Paso a paso. Justamente como sucede con los héroes, cuyo rango siempre implica una suerte de viaje. Sustentándonos en lo elucubrado en la obra de Vogler, sólo cabe establecer el carácter heroico de uno de los mejores jugadores en los anales de la liga a través de esas etapas que explican su sino como una verdadera carta de navegación.
Construyendo el camino
Todo arranca con la etapa de El mundo ordinario (1), donde se encuentra el protagonista en su existencia cotidiana. Bien es sabido que Bryant, oriundo de Philadelphia, se crio entre dos aguas que beben de culturas bien distintas y pronunciadas. Su padre, Joe Bryant, jugador profesional que desarrolló el peso de su carrera deportiva entre finales de los 70’ y comienzos de los 80’, decidió que a mediados de la década era tiempo para marcharse de los Estados Unidos y emprender una nueva aventura, en todos los sentidos vitales.
El pequeño Kobe, el más joven de tres hermanos, iba en la maleta rumbo a Italia, donde empezó a absorber con mayor conciencia ilustrativa lo que desempeñaba su padre, tal y como él mismo ha señalado en diversas ocasiones. No es que allí quedase deslumbrado con lo que veía, pero el ritmo de entrenos, partidos como locales en los que no perdía ripio y las conversaciones del hogar iban arrojando en él un poso de atracción y curiosidad a partes iguales.
Es curioso, pero escarbando en las raíces del escolta, encontramos que su abuelo fue una gran y positiva influencia para él desde bien pequeño. Con tan sólo tres años ya recibía vídeos de los partidos NBA, como un aviso de las costumbres analíticas que después desarrollaría.
Sus primeros pasos deportivos de hecho los dio en el país de la bota; siendo deportivos strictu sensu, ya que no solamente empezó a jugar al baloncesto, sino que el deporte que domina el viejo continente no le fue para nada ajeno en gusto ni en participación.
Es ahí cuando empieza a aparecer otro germen más del próximo héroe. La Llamada a la aventura (2) propicia que nuestro personaje reciba el influjo de un reto que rompe su monotonía y le sitúa ante los riesgos de su costosa empresa. Es el inicio de la aventura.
Coincide que con los 13 años cumplidos, Bryant regresó a su país y ciudad natales. Era el momento de alistarse en los Aces, el equipo del Instituto Lower Merion de Ardmore, en el municipio de Lower Merion (Philadelphia). Durante ese tiempo ya empezó a tomar responsabilidades, cual funambulista que mira desafiante la cuerda por la que ha de pasar antes de iniciar su camino.
En Lower Merion y en especial durante el curso 94/95, su rendimiento le granjearía ser el Jugador del Año de Pennsylvania, tras desempeñar en la cancha la función de los cinco roles posibles. Sí, también como pívot. La lectura más relevante de lo acaecido estaba en haber llamado la atención de algunos, reclamo con el que no muchos contaban a tal precoz fecha.
53 años pasaron hasta que los Aces lograron un campeonato estatal. Y (no) casualidades, ese equipo estaba liderado por Bryant, quien promedió 30,8 puntos, 12 rebotes, 6,5 asistencias y 3,8 tapones, dándole a los suyos un récord de 31-3; finalizó su año senior con el récord de todos los tiempos establecido en 2,883 puntos. Un acumulador de hitos desde los albores.
El instinto llama a la puerta
El héroe indeciso (3) es la tercera etapa en la que entramos. Realmente, Kobe siempre supo el peligro de lo desconocido antes de embarcarse en aquella aventura que llegaba a sus oídos. “Wow, la NBA, ¡ahí es donde debes estar!”, era el comentario más repetido cuando se cruzaba con alguien que advertía sus facultades. Pero a sus 17 años la duda es lo primero que aparece. Nada genera una decisión tajante.
Sin embargo, entra en el debe del héroe reconocer esos peligros posibles y, aun así, hacer cargo de los mismos a sabiendas de tener la habilidad para superarlos. Una confluencia también propia de la aparición de El Sabio Anciano (4), mentor del héroe; un instructor que ya conoce el camino y alienta a su protagonista.
Era 1995 y Kobe se había convertido en el jugador anhelado por todas las universidades. Un oscuro objeto de deseo que truncaría sus aspiraciones académicas bajo un inesperado cambio de rumbo. John Lucas, por aquel entonces técnico de los 76ers, realizó unas pruebas al joven muchacho. Quería probar lo que tantos meses llevaba oyendo. La perplejidad del entrenador quedó socavada por la del propio Kobe, quien no se podía creer que Lucas le estuviera diciendo a la cara que su destino ya estaba en la NBA, y no en el High School.
Ante tal duda, Bryant se refugió en el abrigo de su padre, conocido por su decidido carácter. Tras sopesarlo con él y su núcleo familiar, Kobe pronunció las memorables palabras “porque mi padre ha sido mi verdadero universidad”, y el asuntó se cerró como un libro que nunca más quisiéramos leer. Su destino ya había comenzado a trabajar.
Una noche para soñar
Dentro del mundo especial (5). El héroe ha aceptado el reto y se aventura en un nuevo territorio a través de un umbral. El compromiso es definitivo, no hay marcha atrás. El 26 de junio de 1996 en East Rutherford (New Jersey) tuvo lugar uno de los mejores Drafts que cualquier memoria baloncestística quiera grabar en su recuerdo. Esa noche Kobe, un manojo de nervios camuflado bajo una sonrisa de jugón, vería cómo daba el paso hacia ese nuevo mundo. Ese mundo especial llamado NBA.
El Draft venía cargado de hypes universitarios de la importancia de Allen Iverson, Marcus Camby, Ray Allen, Antoine Walker o Stephon Marbury. De un modo mucho más rezagado aparecía Bryant, quien se encontraba en ese limbo de estar demasiado avanzado para lo universitario, pero quizás algo corto para lo profesional. Esa idea acabó traduciéndose en un decimotercer puesto y un nuevo hogar: Charlotte.
Pero la decisión no convencía a ninguna de las dos partes, en especial a la del jugador, quien trasladó a su círculo de movimientos la necesidad de pedir un traspaso. Y con carácter urgente. En esos work outs previos a su elección, Bryant había estado en un lugar del país con el que rápidamente creó una relación amistosa. Pero más que eso, era de simbiosis.
Su entreno privado con los Lakers, junto a jugadores como Larry Drew, encandiló a los angelinos. Y cuando tuvieron noticias de que el habilidoso escolta no quería estar en los Hornets, la maquinaria se puso en marcha para vestirle de oro y púrpura. Todo se cerró con el canje de Vlade Divac a Charlotte por los derechos de una posición en el Draft.
Comenzar como rookie en una franquicia del calado social de los Lakers supone convivir de lleno con la sexta etapa, donde los Peligros, amigos y enemigos (6) aparecen a cada instante del camino. Su primera temporada no le dio demasiados minutos, con reconocidas excepciones en algunos partidos de Playoffs. La segunda sería un tema bastante distinto.
Empezó a ser clave en sus aportaciones desde el banquillo, llegando a estar como aspirante a Mejor Sexto Hombre de la liga. Aunque el éxito colectivo no terminaba de consumarse durante la postemporada, el personal crecía y crecía, siendo uno de los blancos preferidos para los medios. En demasiados sentidos. Más aún cuando la campaña 98/99 firmaría su primer gran contrato de seis años y 70 millones de dólares.
La hora del cambio
Cual descubrimiento de una dimensión temporal en ‘Interstellar’, la llegada de Phil Jackson a lakerland supondría un nuevo estadio para Bryant. Los roces de amistad y lo contrario con Shaquille O’Neal cada vez eran más continuos, siendo ambos la fiel representación de lo que son dos caracteres totalmente opuestos a la hora de afrontar la misma realidad.
Jackson sería precisamente ese nuevo punto de inflexión, esa Gruta abismal (7) (o segundo umbral) que ayuda al héroe a adentrarse aún más en el camino para encontrar su misión innata. No cabe más pensar que la venida del creador del triángulo ofensivo fue el verdadero punto de inflexión, el faro que alumbró lo que Bryant soñó desde pequeño.
La suerte de todos y todo cambió radicalmente. O´Neal y Bryant, cual recuerdo quijotesco, unieron fuerzas para derrumbar todos esos molinos con forma de gigantes musculados que se cernían en el camino y lideraron a los Lakers hacia tres títulos de campeón consecutivos en los años 2000, 2001 y 2002.
Aunque las cosas fluctuaban bien, hay multitud de anécdotas que refrendan que tener a esos dos jugadores en el mismo tándem es una bomba de relojería diseñada para explotar en algún momento. El perfeccionismo casi de tinte ermitaño que perseguía a Bryant perseguía con los parques temáticos que O’Neal se montaba en la piscina de su mansión. Era como juntar agua y aceite, pero con conflictos verbales públicos. Una necedad mediática.
La llegada del miedo
2003 sería el año destinado a La Prueba Suprema (8). Es el momento en el que el héroe se enfrenta a su pesadilla más temida y sufre una experiencia de muerte. Es su descenso a los infiernos.
Primero vino la derrota ante los Spurs en los Playoffs, acabando así con la hegemonía establecida durante tres cursos. El golpetazo deportivo vendría de la mano con la ruptura que se preveía entre Bryant y O’Neal. Un generador de malestar en el equipo que no haría otra cosa que entorpecer cualquier intento de reconducir la situación. Incluso era algo escurridizo para unas manos tan poderosas como las de Jackson.
El señor de los anillos decidió curar los problemas con tiritas, anchas y voluminosas; la cuestión residía en que tales apósitos ya habían perdido su capacidad adhesiva de antaño. Karl Malone y Gary Payton llegaron. Una barbaridad ofensiva que hacía brillar cualquier ojo con tan sólo leer la alineación. Aunque finalmente todo fuesen fuegos de artificio en manos de unos Pistons en modo bad boy que les noquearon de un puñetazo en las Finales.
Pero sin duda La Prueba Suprema tuvo su clímax dramático con aquella acusación de agresión sexual. Sin entrar en que si fue o si vino, o dimes y diretes varios, lo cierto es que ese momento pudo tumbar a Bryant. No, de hecho, estuvo a punto de hacerlo. Zarandeado desde un lado y otro del país, puesto en duda a cada paso, aguantó catorce meses de proceso judicial. Esa mezcla explosiva de fama, sexo y dinero le dejó muy tocado.
Su vida dio un vuelco, un tocar fondo como pocas veces pasa. Lo que le trastocó hasta su manera de vivir el baloncesto supo canalizarlo para reinventarse, para aprender de los errores y resetear todo. Mucho tendría que ver su contexto, influenciado por las marchas de O’Neal y Jackson, provocando que Bryant se quedara como el encargado de liderar a los Lakers. Era nadar hacia la orilla o morir.
Sumemos más anillos
La campaña 2005-06 será nuestra Espada (9), esa fase en la que el héroe, una vez superada la prueba de muerte, encuentra su objeto preciado; esa persona de especial importancia para la misión. Jackson vuelve a aparecer en la historia. Cómo obviarlo. Su regreso a las canchas, abandonando su afición pesquera a la que se dedicó en su retiro, sería la razón instigadora más fuerte para desatar a Bryant. Su objetivo había quedado de nuevo fijado.
En su lucha por hacer unos Lakers mejores, Bryant hizo casi de negociador. Pidió por activa y por pasiva la vuelta de Jerry West a los puestos fuertes de la organización; participó en las reuniones de captación de agentes libres como reclamo; hasta se llegó a plantear irse si las aspiraciones desde los despachos no incrementaban su voracidad. Y todo ello sin dejar de crecer en cancha en la faceta individual y, por ende, la colectiva.
El tercer umbral (10), y décima etapa del camino, vendrá con el paso del héroe a un nuevo estadio terrenal. Calendario en mano, el 1 de febrero de 2008 aterrizó Pau Gasol en Los Angeles. Su impacto era mucho mayor del que los analistas creían. No a corto plazo, donde los Celtics en las Finales atajaron de raíz cualquier molestia; sino sembrando algo de más calado que estaba por llegar.
La temporada 2008-09 fue un tiro para los Lakers. La sensación de ir rodado apenas les abandonó durante toda la campaña, y el paso por los Playoffs les depararía otro anillo. El cuarto para él. Sin duda, el héroe había vuelto más fuerte que nunca. Esa supremacía duró un año más, rellenando la mano con el único hueco que faltaba por completar. El quinto anillo se cernía sobre lakerland.
El golpe más duro
Lo más difícil no es llegar, sino mantenerse. Esa máxima vital no se escapó al devenir de Bryant, quien vio como poco a poco la plantilla destructora de los últimos dos años iba precisamente destruyéndose a sí misma con la marcha de Jackson, los insistentes rumores sobre traspasos de sus mejores jugadores y, como no podía faltar, de los malos resultados y tempranas eliminaciones.
Si no quedaban palos por sufrir, La resurrección (11) establece una última mirada con el peligro. Un intento de las tinieblas para lograr lo que no han podido lograr antes. Y eso, en el caso de un jugador, no deja otra opción que pensar en una lesión.
Arrancar a un profesional de las canchas, su hábitat natural; su modo de vida, es dejarle vacío de motivaciones. Cuando en 2013, ya en la época Howardiana, Kobe se rompió el tendón de Aquiles, a todos se nos quebró algo en nuestro interior. Verle lesionado, con el conocimiento de que se acababa de desgarrar, yendo a tirar dos tiros libres es algo que a nadie se le olvidará. Una de esas imágenes cargadas de tanta potencia que lo incorrecto sería describirlas y no verlas.
La forja se completa
El largo y mediático proceso de recuperación no le minó a la hora de seguir pensando en volver a construir otro equipo campeón. La lástima es que ya las fuerzas ni el contexto le eran propicios para generar ese sueño, y los problemas físicos aun en su vuelta le siguieron acompañando de continuo.
Esa vuelta a las canchas, al lugar que nunca tuvo que dejar por tanto tiempo, es el Regreso con el elixir (12), la última de las doce etapas que constituyen la configuración de un héroe como tal. Ese 8 de diciembre de 2013 ante los Raptors, Bryant saborearía el olor del cuero al botarlo, los sonidos propios del parqué al pisarlo; proporcionaba a Kobe el regreso a su mundo con una enseñanza, una sabiduría que jamás le abandonaría.
Desde entonces, las aguas han permanecido en calma, avanzando en meses y años, como esperando sentir cuándo era el momento para ponerle punto final a la historia. Cuando ese instante se produjo, ya el poso de los construido durante tantas temporadas era suficiente para tener claro ante qué tipo de jugador nos encontrábamos.
Al término del viaje, cuando la aventura ha concluido, el héroe está dispuesto a regresar al hogar de donde partió. Ya es otro personaje, la lucha le ha transformado. Su legado le perpetúa como una leyenda; como ese hombre que, en su camino, cambió las cosas.
Kobe Bryant ha quedado enmarcado en un contexto inmortal, al que sólo llegan unos cuantos, como le pasa al recuerdo plasmado en una fotografía que siempre guardaremos. Un héroe bajo el más extenso significado, distinguido por haber realizado una hazaña extraordinaria y para la que se requiere mucho valor: hacer más grande al baloncesto. Mucho más.
Dicen que la historia se define por épocas. Momentos en los que, por determinadas circunstancias de muy diferente índole, algo toca a su fin y se ve empujado por una fuerza que abre un nuevo rumbo. Espacios de tiempo que quedan definidos por unos hechos que tienen lugar; una identidad que todo el mundo reconoce y tiende a valorar con el paso de los años; un arraigo hacia unas formas (de vida) características. Con la perspectiva necesaria para echar una analítica vista atrás y bajo esa resumida máxima histórica, no queda nada más claro que decir que Kobe Bryant ha marcado toda una época. Su época.
Nota: este artículo fue publicado el 13 de abril de 2016 y ha sido republicado debido al fallecimiento de Kobe Bryant.